Salud y Educacion

Una historia muy cafetalera

Determinar los orígenes del café es aún incierto. Cada uno de los países productores tiene algo que aportar a este extenso capítulo. Los propios historiadores han puesto su granito para enriquecer la aromática historia de esta bebida.

Pero tratando de explicar brevemente los orígenes del café, se debe mencionar que la palabra café se deriva del árabe kahwah (caua). El término se extendió a través del vocablo turco kahweh (cave). De esta manera los pueblos, a la vez que aceptaron la bebida, adaptaron el término a su pronunciación, pero conservando el vocablo turco que sirvió de raíz. Café en francés, español y portugués; coffe, en inglés; caffe, italiano; kave, húngaro; kia fey, chino, etcétera.

Tres son las historias más comunes que intentan explicar cómo llegó el café a formar parte importantísima de nuestro diario despertar. Sin embargo una de las leyendas más conocidas considera que la semilla es oriunda de Absinia, actualmente Etiopía; posteriormente se extendió en tiempos remotos por Arabia, después a La Meca, El Cairo y Siria.

La primera y más frecuente se sitúa en las altas planicies boscosas de Etiopía. Kaédi, un pastor de cabras de la región de Kaffa, conducía su rebaño bajo el ardiente sol de verano. Hombre y cabras caminaban abatidos por el bochorno a través de las tierras calcinadas. De pronto Kaédi divisó a lo lejos un valle pequeño y fértil, hacia donde se dirigió con sus animales, los cuales rendidos de hambre se dedicaron a mordisquear los arbustos verde intenso de brillantes frutos rojos que ahí crecían, mientras el pastor los miraba complacido, bajo la sombra de un árbol.

De pronto, como presas de un embrujo, las cabras comenzaron a brincar, a hacer piruetas, a correr y triscar con gran algarabía. Temeroso de que el valle y sus arbustos fuesen el producto de su febril imaginación, debido al sol quemante, o peor aún, una treta del demonio, Kaédi tomó un puñado de bayas y se dirigió de inmediato a la casa de un anciano, conocido entre la comunidad como mago.

—¿Podrías decirme, anciano, cuál es el secreto de estos frutos rojos? —al tiempo que narró lo sucedido en el valle.

El viejo observó las bayas, las olió y puso a hervir en agua. Poco después un reconfortable aroma inundaba la pequeña vivienda.

—Mi olfato me dice que esta bebida es buena, y el olfato es uno de los sentidos más confiables. Sin duda. Alá ha querido compensarnos por la prohibición de beber vino, ya que el hombre no puede cargar siempre con sus penas y necesita alivio en momentos aciagos.

Arcángel cafetalero

La segunda historia —una variante de la anterior— también tiene como personajes centrales a las cabras monteses. Cuenta la leyenda que la comunidad religiosa de Chéhodet, enclavada en los montes cercanos a Djebel Sabor, en Abisinia, tenía grandes rebaños de cabras, las cuales pastaban en las laderas que rodeaban el monasterio. Todos los días, a la puesta de sol, las cabras acostumbraban dormir tranquilamente y sólo al amanecer inundaban el aire con sus balidos matinales; sin embargo una tarde las cabras continuaron saltando pese a que ya había caído la noche.

Los monjes, sorprendidos, atribuyeron tal conducta al “ordeñador de las cabras”, un pájaro nocturno de aquellos lares. El desorden se prolongó por varios días hasta que los monjes se percataron de que las cabras habían descubierto un nuevo arbusto y se preguntaron si éste sería el motivo de su agitación, por lo que en presencia de la comunidad entera el monje principal puso a hervir algunos frutos y procedió a beber el líquido ante los ojos estupefactos de sus cofrades. Como resultado de esto el monje se siguió de largo con sus oraciones, mientras que los demás sucumbieron al sueño. Ésta es la razón por la que la bebida milagrosa se denominó kawa, que en árabe significa “que alegra y aligera el pensamiento”.

La tercera historia tiene como personaje central al arcángel Gabriel y cuenta cómo un profeta, enfermo y débil, clamaba a Alá para que lo curara; ante esto Gabriel compadeciéndose de él le procuró una bebida reconfortante. Se dice que el remedio no sólo le devolvió la salud, sino también la fuerza y la virilidad. Debido a su color negro profundo —como la piedra que se adora en Ka´ba de la Meca— se le dio al brebaje el nombre de kawa.

Café en América

En América el cultivo de café pasó a las colonias españolas y Cuba fue la que abasteció al mercado europeo. Durante la segunda mitad del siglo XIX, debido a la lucha por la independencia y al fomento en el cultivo de la caña de azúcar, Cuba dejó el mercado cafetalero en manos de los brasileños, quienes se convirtieron a finales de ese siglo en los mayores productores de café en el mundo, sitio que mantienen en la actualidad.

El consumo de café en América comienza en las colonias inglesas del norte, donde se convierte en la bebida favorita de los estadounidenses al declarar su independencia, destruyendo las existencias de té inglés y buscando un sustituto que no fuera de procedencia europea.


México, el sueño del café

En México siempre han existido especulaciones en torno a una posible variedad autóctona americana de café. Por ejemplo, se habla de la planta totoctzin (cabeza inclinada) o acoxcapolli (sin sueño).

Lo más acertado es que los arbustos del café entraron en el país procedentes de las Antillas a finales del siglo XVIII; probablemente las primeras matas se plantaron en Acayucan y Ahualulco, pero hasta antes del año 1800 no se sembraba café con fines comerciales.

En 1835 el cultivo se propaga por toda la Huasteca Potosina y en 1946 entran al país procedentes de San Pablo, Guatemala, mil 500 arbustos de café para la finca San Carlos perteneciente al italiano Jerónimo Machinelli, ubicada en la Chácara, en las inmediaciones de Tuxtla Chico.

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