Galería principalPolítica Agrícola

Soberanía alimentaria vs desarrollo económico de México

Tomada de Uno Noticias

De poco, muy poco, sirve la planeación federal para elevar los rendimientos productivos agropecuarios y el destinar mayores presupuestos a estos fines, si los gobiernos estatales y municipales no se aplican en el cumplimiento de esas estrategias. (Artículo de fondo)

Por Juan Danell Sánchez*

Como nunca antes en la historia de México, hoy la autosuficiencia alimentaria es determinante para asegurar el futuro del país. La razón de esto es que el encarecimiento de los alimentos en el mercado internacional, es un proceso irreversible, determinado por los efectos del cambio climático y la creciente producción de biocombustibles, situación que dificulta la importación de productos básicos, debido a que los altos precios de éstos llegaron para quedarse.

El problema para los proyectos de desarrollo de nuestro país, planteados para los próximos seis años, es que en la actualidad dependemos de las importaciones de alimentos en un 43%, no obstante contar con capital humano, suficiente superficie agrícola y pecuaria, así como tecnología y experiencia productiva, lo que asegura potenciales probados, para garantizar el abasto nacional y generar excedentes agropecuarios para la exportación.

El reto es para los tres niveles de gobierno. Hoy más que nunca resulta fundamental la mejor coordinación entre el Ejecutivo Federal, los estados y municipios, para que las políticas públicas en materia agroalimentaria se puedan consolidar.

De poco, muy poco, sirve la planeación federal para elevar los rendimientos productivos agropecuarios y el destinar mayores presupuestos a estos fines, si los gobiernos estatales y municipales no se aplican en el cumplimiento de esas estrategias.

Pero, también, de muy poco sirven los grandes presupuestos, si no se parte de la realidad y necesidades regionales, léase municipales, en materia de desarrollo agroalimentario, de acuerdo a la vocación agrícola y ganadera, para explotar de manera racional y efectiva los potenciales de cada localidad.

El caso es que aún con el gasto que representan las importaciones de alimentos, alrededor de 20 mil millones de dólares anuales –260 mil millones de pesos, equivalentes a 83% del presupuesto del Programa Especial Concurrente para el Desarrollo Rural Sustentable (PEC) de 2013- el Gobierno federal, a través de éste, destinó 313 mil millones de pesos al campo, recursos que finalmente tiene que pasar por los tres niveles de gobierno, para su aplicación.

Y de continuar esta situación, en el presente año la alimentación de los mexicanos ocupará una inversión oficial de 573 mil millones de pesos, sin que ello signifique una solución al problema de déficit productivo.

Además, la tendencia de aumento de los precios en el mercado internacional de alimentos, que en promedio ha sido de 50% después de la crisis de 2008, para los granos básicos como maíz, trigo y sorgo, según registros de Banco Mundial y la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), exigiría de una inversión mayor en la misma proporción porcentual para la importación de productos básicos, es decir, posiblemente otros diez mil millones de dólares, a menos que se reactivara la producción agropecuaria del país.

Y es aquí donde toman mayor relevancia dos de los grandes problemas que genera el encarecimiento de alimentos: el aumento de la pobreza extrema y el deterioro del capital humano. Vale decir que no existe país que pueda avanzar con estos dos flagelos en sus entrañas.

Precios que matan

La magnitud de esta problemática es grande. En agosto de 2012, Marie Chantal Massier, especialista en nutrición, para la región de América Latina y el Caribe, del Banco Mundial, afirmó en un artículo: “el precio de los alimentos puede matar a mucha gente, especialmente a los niños en situación de pobreza”.

La especialista precisó que “en tiempos difíciles, las familias pobres muchas veces reemplazan alimentos de alto contenido nutricional por otros de menor calidad”. Con base en estudios realizados en América Latina, Chantal Massier puntualizó que cuando suben los precios de los alimentos, el crecimiento de los niños se retrasa de manera progresiva.

En este orden de ideas, la representante en México de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), Nuria Urquía Fernández, recientemente declaró que la pobreza alimentaria en el país tuvo un incremento importante, al pasar del 2006 al 2012 de un 13.6% a 18.2% de la población total.

Y aseguró que la situación alimentaria en México ha sufrido un deterioro importante con este aumento porcentual de la pobreza en los últimos seis años.

Para Carlos Sandoval Miranda, director general del Centro Multidisciplinario de Innovación Tecnológica (CMIT), el problema de la pobreza alimentaria (que es la que no puede adquirir lo básico para nutrirse) en México es aún más grave, toda vez que con base en información del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval), afirma que este fenómeno pasó de 14.7 millones de personas en 2006, a 23.8 millones en 2008 (año de la crisis internacional de alimentos) y para 2012 se estima en 28 millones de mexicanos.

Sobre el tema, José Luis de la Cruz, catedrático del Tecnológico de Monterrey, advirtió el año pasado que de no atenderse en México el problema de la pobreza (incluye a la pobreza alimentaria) el índice podría llegar a 60 millones de personas en el presente año, toda vez que de 2008 a 2010 pasó de 52.3 millones a 57.7 millones de habitantes.

Visto así, el futuro del país es muy poco alentador. Para que una sociedad tenga un óptimo desempeño productivo y estabilidad política y social, necesita, fundamentalmente, estar bien alimentada. De una alimentación balanceada y suficiente depende el desarrollo físico y mental de las personas. Un niño con hambre, desnutrido, jamás podrá aprender ni poner atención a lo que se le enseña en la escuela y la vida diaria, porque las pocas energías con las que cuenta su organismo las gasta en mantenerse vivo.

Lo mismo sucede con un adulto mal alimentado: imposible que rinda en el desempeño de cualquier tipo de trabajo, físico o intelectual. Su organismo carece de la energía necesaria para hacerlo, por la falta del consumo de alimentos que se traduzcan en tejido muscular y cerebral.

En diversos estudios sobre nutrición y desarrollo humano se precisa que para “mantener una alimentación variada y equilibrada, que provea la energía y nutrientes necesarios para la salud, el desarrollo y crecimiento de una persona, es necesario incluir en la dieta alimentos de todos los grupos: granos, cereales, tubérculos, frutas, hortalizas, leche, carnes, huevo, grasas, aceites y azúcares”.

Para niños y adultos saludables las recomendaciones proteicas pueden alcanzarse consumiendo entre 8% y 10% de su energía derivada de proteína animal de buena calidad. Sin embargo, para las personas con un acceso limitado a esas fuentes nutrientes, y que viven en condiciones higiénico-sanitarias deficientes, el porcentaje requerido es mayor, de entre 10% y 12%. Es decir, los pobres necesitan esas cantidades y son precisamente los que no tienen acceso a esos estándares.

Marie Chantal precisa que una buena nutrición es particularmente crítica durante los primeros mil días de vida, es decir, desde el momento de la concepción hasta que el niño o niña cumple dos años, y explica que los problemas nutricionales más preocupantes son el retraso en el crecimiento, anemia y obesidad.

“La anemia, implica un mayor riesgo de que una mujer embarazada muera durante el parto, y causa daño irreversible en cerebro y cuerpo del bebé durante la gestación y hasta los dos años. La obesidad se traduce en enfermedades crónicas y debilitantes como la diabetes, cáncer y afecciones cardíacas. Todo esto puede vincularse a la nutrición recibida durante los primeros mil días de vida”, afirma.

Un niño menor a dos años, por ejemplo, necesita consumir, al menos, diariamente un huevo y medio, para cumplir con sus requerimientos de proteína de origen animal. Este simple hecho implica un gasto de 3.30 pesos, en caso de que la familia pueda comprar este alimento por kilo, pero en las zonas más marginadas del país, es regla que el huevo se venda por pieza, que a precios actuales va de cuatro a seis pesos la unidad.

Para una familia de salario mínimo (64.76 pesos diarios), independientemente del número de hogares que estén en ese nivel, resulta imposible comer carne, leche, huevo, frutas y legumbres, como exigen los requerimientos de una buena nutrición. El kilo de huevo cuesta más de 30 pesos, un litro de leche 14.50 pesos, un kilo de retazo de carne de res vale 78 pesos, un kilo de pollo cuesta más de 40 pesos, un kilo de tortilla llega a valer 18 pesos, una pieza de pan blanco 1.50 pesos, un kilo de frijol cuesta más de 30 pesos.

Esto obliga a las familias pobres a destinar la mayor parte de sus ingresos a la compra de alimentos, sin que por ello puedan alcanzar una buena dieta, y sí relegando la educación, salud, vivienda y, ya ni pensarlo, el esparcimiento.

Productores en jaque

Para los productores de alimentos en México, la situación también es crítica. Al incrementarse el precio de los granos, con ellos se elevaron los costos de producción para el sector pecuario, toda vez que son insumos fundamentales para la alimentación de los animales. Ocupan entre el 68% y 85% de la dieta para cerdos, aves y reses, en explotaciones industriales, o engordados en granjas, como se conoce comúnmente.

Así, por ejemplo, en el norte de Veracruz, zona ganadera por excelencia, el valor del ganado en pie (vivo) registró en 2012 un aumento de entre 32% y 42%, lo cual no se había visto en las dos últimas décadas, y que se reflejo en el encarecimiento de la carne de res para el consumidor final en la misma proporción.

Información compilada por investigadores de la Universidad Autónoma de Chapingo, revela que en nuestro país, mientras los costos de producción para la engorda y recría de ganado bovino, aumentaron 114% en el periodo de 2004-2012, el precio del ganado en pie aumentó 72%. Situación por la cual los productores no sólo no se pueden capitalizar, sino que, inclusive, muchos de los más pequeños, han quebrado.

Y esto toma un matiz más drástico, si se toma en cuenta que en Estados Unidos la ganadería está en crisis de rentabilidad, por lo que ya han vuelto la vista hacía México para comprarle reses a más bajo precio. El problema es de dónde se le van a vender, dada la precaria situación de la ganadería nacional.

Algo similar sucede en el subsector lechero. La Asociación Nacional de Ganaderos Lecheros A.C. advirtió recientemente que la producción de este alimento (que es de alrededor de 10 mil 700 millones de litros anuales) está en peligro por falta de rentabilidad, que ha obligado a medianos y pequeños productores a cerrar sus establos. En 2012 los insumos para este sector aumentaron hasta en ciento por ciento.

Otro ejemplo es el del sector porcícola, en el que la Confederación de Porcicultores Mexicanos (AMP) emitió un comunicado, a mediados del año pasado, en el que precisó que “en lo que va de 2012 se ha encarecido 68% el costo de alimento para los animales y dado que 55% del grano forrajero es importado, existe gran preocupación en el incremento de éstos para finales de año, que se proyecta será de 25%”.

La situación en este sector, de acuerdo a la información de la propia AMP, es cada vez más crítica. En el periodo 1995-2012 el número de productores se redujo en alrededor de 70%, al pasar de 15 mil a cinco mil 800. Además de que en la actualidad 40% de la carne de cerdo que se consume en el país, es importada.

Sucede lo mismo en el resto del sector agroalimentario, que como ya se mencionó se ve afectado por la importación de 43% de los alimentos que se consumen en México. La consecuencia de esto es un creciente desempleo rural, que se ha traducido en una mayor migración del campo a las ciudades, pero principalmente hacia los Estados Unidos.

Información del Consejo Nacional de Población (Conapo) precisa que mientras en 2000 el número de mexicanos emigrados a Estados Unidos fue de 8.1 millones, para 2010 se registraron 11.9 millones. Y se estima que anualmente cruzan la frontera con aquel país, un promedio de medio millón de connacionales.

Y esto se ha convertido en un círculo vicioso, en el que el gran perdedor es México como país. El aumento de los precios de los alimentos trae una serie de consecuencias que frenan el desarrollo nacional, ya que presionan a toda la economía.

La médula del asunto

Con las estrategias económicas impuestas en los años 80, para incorporar a México a las grandes ligas de los países industrializados, los gobiernos de la época decidieron –en acuerdo con los grandes productores- que era más barato importar alimentos que producirlos, lo que llevó a un aparente retiro de los subsidios al campo y la desregulación del mercado agropecuario nacional.

En realidad los subsidios nunca desaparecieron (que por cierto para 2013 serán de alrededor de 34 mil 737 millones de pesos, según el PEC) y sí, en cambio, se han concentrado para beneficiar a los grandes productores e importadores de alimentos, mientras que la desregulación, que consistió en suspender los precios de garantía, llevó al mercado interno al caos, porque finalmente se tienen que ajustar a los valores internacionales que son totalmente asimétricos a los nacionales.

El caso es que al aumentar las importaciones de alimentos se le echó la soga al cuello al campo, porque se desplazó mano de obra especializada, productores y tierras a la improductividad. Pero, además, la compra de productos básicos se centralizó en un solo proveedor: Estados Unidos, lo que somete a México a depender de ese país, al menos en 88% de lo que importa.

En 1990 las importaciones alimentarias de nuestro país, provenientes del vecino del norte, fueron por dos mil 600 millones de dólares; para 2000 alcanzaron los seis mil 400 millones y en 2011 llegaron a 18 mil 400 millones de dólares, para 2012 se calculan en 20 mil millones, según datos del Instituto de Desarrollo Global y del Medio Ambiente.

Y en todo esto destaca la importación de maíz, por ser el alimento de consumo generalizado en México y el grano básico para la fabricación de alimentos balanceados para el ganado en todo el mundo, además de que tiene más de tres mil aplicaciones en prácticamente todas las ramas productivas.

No se podría explicar la industrialización de la producción de proteína de origen animal, sin la existencia del maíz. Es decir, sin este cereal sería prácticamente imposible engordar en granjas cerdos y aves, ni la estabulación de reses.

Es por ello que cuando escasea el maíz, se alteran los precios de los otros granos como sorgo, trigo, avena, así como el de la soya, ya que son demandados para sustituirlo en la alimentación de los animales. Y eso arrastra consigo los precios de la leche, carnes y huevo, así como al de los derivados de estos.

Entre los usos más redituables del maíz está la fabricación de etanol como biocombustible, que se ha convertido en el principal competidor del que se utiliza para fines alimentarios.

En junio de 2012, Timothy A. Wise, director de Investigación y Políticas del Instituto de Desarrollo Global y del Medio Ambiente de la Universidad de Tufs, dio a conocer en el informe Agrocombustibles: fogoneros del hambre, que en la actualidad la elaboración de etanol consume 15% de las cosechas mundiales de maíz, y 40% de la cosecha de Estados Unidos, que es el principal productor de este cereal y por tanto el determinante de los precios internacionales del grano.

En el documento se explica que a nivel mundial se destinan 203 millones de hectáreas de tierras de excelente calidad agrícola, al cultivo del maíz para la producción del biocombustible. Esa superficie equivale a la de todo el territorio mexicano, en el que la frontera agrícola es de 21 millones de hectáreas, de las cuales siete millones se cultivan de maíz.

Información de la FAO precisa que en 2012 la producción de etanol se estimó en 87 mil 600 millones de litros, pero en las proyecciones para 2015 se calcula que llegará a 162 mil millones de litros, prácticamente al doble, por lo que se necesitará duplicar la superficie cultiva para estos fines, así como la cantidad de maíz.

En este escenario destaca la participación de Estados Unidos, que cada vez destina mayor superficie y parte de su cosecha de maíz a la producción de etanol, como política pública del gobierno de Washington. En junio de 2011 el Senado estadunidense votó en contra de la eliminación del subsidio de cinco mil millones de dólares a la producción de dicho biocombustible.

De esta forma se mantuvo el apoyo de once centavos de dólar por litro de etanol para los grandes productores, y en el caso de los pequeños se suman otros diez centavos. Es por ello que los agricultores prefieren destinar sus cosechas de maíz a la industria del carburante, lo que reduce la oferta del cereal para alimento.

Y México importa de Estados Unidos, en promedio, la tercera parte de sus necesidades (diez millones de toneladas anuales) de maíz, que cada día está más caro, por dichas razones.

El problema en el futuro inmediato es serio de continuar la actual tendencia de importación de alimentos.

Pero la situación puede cambiar en el corto plazo. En el reporte Factibilidad de alcanzar el potencial productivo de maíz de México, presentado en octubre de 2012 por los investigadores Antonio Turrent Fernández del INIFAP, Timothy A. Wise y Elise Garvey, de la Universidad de Tufs, se destaca la factibilidad de que nuestro país retome el camino para lograr no sólo la autosuficiencia en la producción de maíz, sino para producir excedentes.

En México se cultivan con el cereal ocho millones de hectáreas, de las que 1.5 millones son de riego y otra cantidad igual de excelente temporal, que de ser aprovechadas de manera óptima con las tecnologías ya existentes, pueden elevar sus rendimientos a diez toneladas por hectárea, mientras que 3.5 millones de hectáreas son de mediana calidad, en las que se pueden obtener rendimientos de hasta cuatro toneladas por hectárea. En suma, llegar a 44 millones de toneladas, contra las 22.5 millones que se producen actualmente y los 33 millones que se necesitan para el abasto nacional.

Pero, además, existe el potencial del sureste en el que se estiman dos millones de hectáreas de tierras de excelente calidad para lograr rendimientos superiores a las diez toneladas de maíz por hectárea.

Asimismo, los investigadores consideran que en nuestro país se ha desdeñado el potencial productivo que representan los pequeños productores, y que suman 3.5 millones de campesinos, para los que ya existen tecnologías de cuño nacional, para elevar los rendimientos de sus parcelas.

Además, tenemos agua suficiente para desarrollar la agricultura de manera sobrada, sólo hay que aprovecharla como debe ser. Las lluvias dejan anualmente mil 500 km3 del vital líquido, del que sólo se aprovecha 10%. Vale recordar que se puede germinar una semilla sin tierra, pero nunca sin agua.

El otro gran problema que presiona el precio de los alimentos es el cambio climático, cuyos efectos, fundamentalmente las sequías, reducen la producción de éstos. En los últimos cinco años, este fenómeno se ha observado en Australia, Rusia, México y Estados Unidos, con resultados desastrosos para las cosechas de granos. Y va en aumento.

Aquí bien se puede citar aquello de que “quien domine la producción de alimentos, dominará el mundo”, hoy más que nunca esa máxima la vemos en nuestras propias mesas: pero sólo la advertencia, porque la comida se escapa por el torrente de la pobreza.

*reportero mexicano especializado en temas del campo.

 

Mostrar más

JUAN DANELL SÁNCHEZ

*Reportero mexicano especializado en temas agropecuarios, indígenas, de derechos humanos y desarrollo sostenible. jdanell@hotmail.com

Articulos Recientes

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Back to top button