Salud y Educacion

Con el plomo en la sangre

Esta historia no es de narcos ni de guerrilla. Tampoco de asesinatos o ajusticiados. Ni de policías y ladrones. No ha sido nota para la mayoría de los medios mexicanos. Es un relato que se asoma entre los cañaverales de tierra morelense y que casi entierra el olvido. Es una historia de contaminación por plomo, cuya presencia resurge en rocas, casas y la tierra, donde brota el color amarillo característico de la presencia de este metal y, sobre todo, entre los habitantes que relacionan los casos de plomo en la sangre, saturnismo, anemia, dolores de cabeza, abortos y decesos que se han presentado en la comunidad con el uso de metales pesados que utilizaba la empresa de pigmentos Basf Mexicana, antes de cerrar sus puertas.

Cuautla, Morelos.— Los ríos de color amarillo cruzaban los cañaverales y su toxicidad llegó a provocar la muerte de reses en El Hospital, lugar que aparece discreto en la geografía de la entidad. Esta agua residual escapaba de la fábrica de pigmentos, donde se usaban metales pesados, y atravesaba el pueblo marcando literalmente su paso. Los techos de algunas casas se teñían de amarillo por el polvo fugitivo que expulsaba la industria y “hasta con escobas teníamos que barrer”, rememoran los pobladores.

Si uno se aventura y recorre la zona y la Ex Hacienda de La Concepción, sitio donde se ubicó la fábrica, encuentra rastros de la presencia del plomo —una pigmentación amarilla— en rocas, suelo, paredes y pisos de algunas casas que fueron rellenos con cascajo que regaló la empresa a los pobladores antes de abandonar el lugar, según los testimonios recogidos entre la gente de este pueblo y académicos que han trabajado en la zona.

En El Hospital no olvidan que fue en 1973 cuando la empresa alemana Basf Mexicana se instaló para producir pigmentos a base de plomo, cromo, molibdeno en la Ex Hacienda de La Concepción y que en septiembre de 1997 decidió cerrar la fábrica. Empero, según los lugareños, la estela de contaminación que generó durante 25 años de operación siguió presente en la tierra, el aire y el agua de la región.

La población relaciona los casos de plomo en la sangre, saturnismo, anemia, dolores de cabeza, abortos y decesos con el cromato de plomo que utilizaba la empresa sin control y cuyos residuos —según ex trabajadores de la fábrica— se vaciaban al canal colonial que atraviesa en forma subterránea las instalaciones y desemboca en las parcelas donde se cultiva caña de azúcar.

Durante varios años el caso ha estado olvidado y eventualmente algunos medios mexicanos y extranjeros dieron cuenta de él. A pesar del tiempo trascurrido la preocupación en el pueblo es tal, que en julio de 2006 nueve habitantes presentaron una petición ciudadana (SEM-06-003) ante el Secretariado de la Comisión para la Cooperación Ambiental (CCA) con el argumento de que México “está incurriendo en omisiones en la aplicación efectiva de su legislación ambiental respecto de supuestos ilícitos que ocurrieron durante la operación, cierre y desmantelamiento de la planta de producción de pigmentos para pintura operada por Basf Mexicana”.

En respuesta la autoridad mexicana consideró que el organismo no debe continuar con el trámite de la petición porque el asunto es materia de un recurso administrativo pendiente de resolución. Además, indicó que existe información sobre la aplicación de la legislación penal a Basf, pero que no la proporcionó al Secretariado ya que es confidencial. El caso se mantiene activo.

Quienes saben del asunto dicen que hay muchos intereses detrás. De hecho, hubo una petición anterior con alegatos similares (SEM-06-001) presentada por Carlos Álvarez, el 26 de enero de 2006, pero fue retirada el 8 de junio del mismo año.

Pero vayamos atrás en el tiempo. Frente a la falta de información, luego de siete años del cierre de la industria y de que se realizó una “restauración”, en 2004 un grupo de investigadores de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM) efectuó por cuenta propia pruebas sobre la contaminación en el suelo y una muestra reducida de sangre de algunos lugareños. En este último caso, el hallazgo fue que de 20 personas 18 rebasan la norma de plomo en la sangre.

Aun cuando no existe una investigación exhaustiva sobre el origen de la presencia del plomo y las enfermedades que padece este pueblo, ni del impacto a la flora y fauna del lugar, los testimonios que aquí se describen, que surgen de las voces de los propios habitantes de El Hospital, son sugerentes, sobre todo el de los hermanos Bryan y Karina Javier Morgado, dos infantes que resultan un caso sui generis en una población presuntamente no expuesta al plomo.

Bryan

A simple vista Bryan parece un niño sano, sereno e incluso, travieso. Empero, desde los nueve meses los médicos le detectaron plomo en la sangre. A esa edad “tenía 43.7”, expresa su abuela, Irma Hernández, al referirse a los niveles de plomo que registraba su nieto. Desde entonces, el alto contenido de este metal lo hace entrar y salir del hospital, según cuenta esta mujer que en su rostro asoma signos de preocupación y que en algunos momentos deja escapar el llanto.

Desde pequeño el niño estaba todo el tiempo enfermo y nadie sabía que padecía. En el Seguro Social sólo decían que tenía “infecciones en la garganta y en el estómago”. A los cinco años de edad, los síntomas más constantes que mostraba Bryan eran dolor de cabeza y de huesos. “Me duele todo, de los pies a la cabeza”, se quejaba constantemente.

Su madre y abuela desconocen la causa de su mal, pero lo atribuyen que cuando Bryan estaba recién nacido tenían que tomar una combi frente a la fábrica de pigmentos, donde por esas fechas se realizaban obras de restauración, ya que el transporte sólo llegaba hasta las orillas del pueblo por el mal estado de la carretera.

La abuela del pequeño asegura que en una tomografía que le hicieron en el hospital del IMSS de Cuernavaca se detectó que el niño tenía una lesión irreversible en el cerebro. Sin embargo, los médicos explicaron que por la zona donde se encontraba no afectaría su desarrollo.

“En la escuela los maestros dicen que Bryan es muy inteligente y sabe distinguir todos los colores”, expresa orgullosa, pero con voz quebrada, doña Irma. Su familia ha estado llevando al niño a la ciudad de México para que lo revisen. Le van a hacer análisis y a partir de eso determinarán qué tiene, ya que la abuela comenta que los médicos “no me dicen nada”.

La Comisión Federal para la Protección contra Riesgos Sanitarios (Cofepris) realizó estudios en menores de 15 años en mayo de 2002 y julio de 2003, de los cuales concluyó que en la primera muestra Bryan presentó concentraciones de 43.7 microgramos por decilitro (µg/dl) y ya en la segunda bajó a 25.1. Por lo alto de sus resultados, se le dio seguimiento y tratamiento en el Hospital Infantil de México Federico Gómez, y se logró bajar las concentraciones a 4.0.

Los especialistas de la UAM detectaron 28 mg de plomo y 17 de cromo en el caso de Bryan. Empero, señalan que “se supone que si no hay problema de plomo en la zona no debería haberlo en la sangre; por lo menos en un niño que nació después de que cerró la planta y de que hubo una restauración”.

Afirman que la norma NOM199SSA1-2000 establece que el nivel máximo de sangre es de 10 microgramos por decilitro, pero los niños no son trabajadores expuestos a un riesgo laboral, por lo cual la concentración de plomo debe ser cero y en uno de sus reportes señalan: “HACEMOS HINCAPIÉ EN QUE EL DAÑO CEREBRAL ES IRREPARABLE. Las autoridades y los responsables de la contaminación por plomo deberían estar bien conscientes de este daño”.

Karina

Karina es hermana de Bryan. Esta niña de escasos cuatro años muestra una coloración amarillenta en su piel manchada. Tiene plomo y cromo en la sangre, según aná li sis d el equipo de in vestigadores de la UAM. A nteriormente l e hicieron estudios en el Centro de la Salud y no registró nada.

Al igual que su hermano no ha tenido ni el peso ni la estatura que corresponde a su edad, un síntoma manifiesto cuando se presenta el metal en la sangre.

Las explicaciones que dieron las autoridades de salud es que los altos niveles de plomo en los niños es porque tienen conductas especiales como “morder crayolas, lápices, juguetes o pintura de paredes” o por el uso de loza vidriada para preparar y almacenar alimentos. La abuela afirma que cuando le detectaron el problema al niño desecharon todas esas ollas y el equipo de investigadores de la UAM reporta en sus informes que no encontraron evidencia de artículos o paredes mordidas.

La explicación de la autoridad raya en el absurdo si se considera que un bebé de nueve meses, edad que tenía Bryan cuando se detectó el problema, no puede morder dichos artículos.

La casa de los infantes se encuentran en la parte alta del pueblo a escasos kilómetros de lo que fuera la fábrica de pigmentos, pero los investigadores consideran que es posible que el viento haya transportado partículas de plomo.

Esto tiene sentido porque la abuela asegura que ninguna persona de su familia trabajó en la fábrica de pigmentos, ni recibió ningún material de los que anduvieron regalando trabajadores de Basf Mexicana cuando se cerró la empresa. Las autoridades quedaron en hacer una inspección a su casa por considerar que el plomo podría estar en las paredes.

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ERNESTO PEREA

Periodista especializado en temas agropecuarios y agroalimentarios. Premio Nacional de Periodismo y Divulgación Científica, otorgado por el CONACYT. En la actualidad director del portal web www.imagenagropecuaria.com Autor del libro Voces y vivencias del movimiento orgánico Ha colaborado con las revistas editadas por el Grupo Expansión. Ha sido consultor de la FAO. Brinda servicios de comunicación, información, análisis y consultoría para diversas empresas e instituciones. Correo electrónico: editor@imagenagropecuaria.com

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