Medio Ambiente

Desacuerdos impedirán prender el foco ambientalista en la COP 16

La solución al calentamiento global se antoja más a tratar de desatar el Nudo Gordiano, cuando se observan con detenimiento algunos de los factores de mayor incidencia en este problema que tiene en jaque el futuro del planeta y de la humanidad. Los países industrializados, cuya reproducción se sustenta en el consumo de combustibles fósiles, no están dispuestos a reducir sus emisiones de Gases de Efecto Invernadero (GEI), porque eso implicaría paralizar su planta productiva y los llevaría a perder terreno y poder en el mercado internacional.

Tampoco se deciden por impulsar el desarrollo y aplicación masiva, como lo requieren las circunstancias ambientales de hoy día, de las tecnologías verdes o limpias, que permitirían detener el calentamiento global y con ello darle un respiro al planeta en cuanto al deterioro ambiental generado por 200 años de industrialización desenfrenada de las potencias mundiales.

Y no lo hacen porque de entrada la infraestructura industrial de esas naciones pasaría a ser obsoleta, inservible. Eso contradice la ley fundamental del capital: la ganancia. Y con la planta productiva actual aún quedan enormes reservas de ganancia, que bien se pueden medir por la cantidad de petróleo que aún existe en el mundo, mismo que se calcula para 50 años más. El problema es que para entonces el grado de contaminación llegaría al punto de no retorno para salvar la vida del planeta.

Sin embargo, ese temor de los países industrializados, de ser desplazados de los mercados, no los deja ver el futuro. Tampoco es fortuito. El crecimiento de los países en desarrollo como China, India, Brasil y Rusia, es lo que les produce ese pánico. Sobre todo cuando se ven las reformas más recientes del Fondo Monetario Internacional (FMI), y en las que China ya es considerada la segunda economía del mundo, por debajo de Estados Unidos, y para 2016 se proyecta que será la más grande.     

Pero ese grado de desarrollo, los países lo han logrado con procesos productivos en extremo contaminantes y quitándole mayor cantidad de superficie territorial a la naturaleza de la necesaria para mantener el equilibrio que hace posible la vida en la Tierra. En esa dinámica, las naciones industrializadas han emitido propuestas para resolver el problema del hambre en el mundo, mediante la incorporación de las reservas tropicales y templadas de América Latina, África y Asia. Ocultan que la hambruna mundial se deriva de la pésima distribución de los alimentos ocasionada por las reglas del mercado internacional, que sólo permiten su acceso a quienes tienen dinero para adquirirlos, pero ellas mismas han generado tanta pobreza que cada vez son menos los seres humanos que pueden hacerlo.

La crisis alimentaria, y por tanto la producción de alimentos, emerge como el pretexto ideal para seguirle robando terreno al equilibrio natural, justificado porque la demanda futura para abastecer a 10,000 millones de personas, así lo exige. Pero eso lo ven sólo desde la óptica de las explotaciones industriales, que ya demostraron su fracaso ambiental y pusieron en jaque a la Tierra.

Las previsiones de científicos como el británico James Lovelock, plantean que si hoy mismo se detuvieran de manera inmediata y total las emisiones de Gases de Efecto Invernadero (GEI) y en el mundo sólo se utilizaran tecnologías limpias, para satisfacer sus necesidades de energía; revertir el daño ambiental, que se le ha causado al planeta en los últimos dos siglos, tardaría al menos mil millones de años. Ese escenario es terrible, pero no imposible para preservar al mundo en condiciones óptimas para ser habitado.

El verdadero peligro radica en seguir retardando la aplicación de las medidas necesarias para sanear el ambiente y revertir, con ello, el devastador impacto de las actividades humanas en el equilibrio de la naturaleza. Justo es decir que el propio desarrollo, tal y como se viene dando, implica una de las peores amenazas para la vida del planeta. El registro que hacen los organismos internacionales sobre emisiones, sólo de dióxido de carbono a nivel mundial, revelan que cada hora se expulsan a la atmósfera 5.7 millones de toneladas de ese gas, de tal manera que al año se acumulan alrededor de 50 mil millones de toneladas.

El escenario hacia el futuro medio es poco alentador, porque la tendencia en el consumo de energía para el año 2030 prevé un incremento de 50 por ciento. Energía que será generada en más de un 75 por ciento del total, mediante el consumo de combustibles fósiles, que son los más contaminantes. Dicho aumento, lo pronostica la Administración de Información de Energía de Estados Unidos, con base en el comportamiento del crecimiento económico de los países en desarrollo, fundamentalmente de India, China y Brasil.

En los casos de India y China, en sus proyecciones de generación de energía eléctrica consideran triplicar y duplicar, respectivamente, el consumo de carbón para estos fines en las próximas décadas.

Y mientras el consumo actual de petróleo a nivel mundial es de 30 mil millones de barriles al año, las tecnologías limpias apenas aportan dos quintas partes de los cerca de 19 TWh de energía eléctrica que consume el mundo. La razón fundamental de esto es que resulta más barato generar electricidad con combustibles fósiles, que con los recursos renovables, debido a su lento desarrollo y aplicación. En esto último la postura de los países industrializados ha jugado un papel determinante al negarse a adoptar las recomendaciones de los científicos en materia de frenar las emisiones de GEI.

Esa falta de acuerdos, en las cumbres mundiales, representa el gran trauma, la fractura más dolorosa y peligrosa para los propósitos de sanear el planeta y preservar las especies, desde luego nosotros incluidos.

Pero esto no debe llamar al desánimo ni al escepticismo. Más bien, debemos tomar conciencia de esa realidad y afrontarla con acciones concretas, que aún cuando parezcan insignificantes, resultan ser factores determinantes en el combate al calentamiento global. En el momento en que ahorramos energía eléctrica desde nuestro entorno inmediato, así sea sólo sustituyendo un foco tradicional por uno fluorescente, contribuimos a disminuir las emisiones de GEI y damos la oportunidad de que la naturaleza complete sus ciclos que salvaguardan la vida en el planeta. Luego, entonces, sólo hay que hacerlo.

Lamentablemente no hay indicios certeros de que se les vaya a prender el foco en la COP 16 a los países industrializados. Los signos para Cancún, son la réplica de Copenhague, con un poco de maquillaje y exclamaciones voluntaristas, nada de compromisos claros y concretos.

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JUAN DANELL SÁNCHEZ

*Reportero mexicano especializado en temas agropecuarios, indígenas, de derechos humanos y desarrollo sostenible. jdanell@hotmail.com

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