AgronegociosSin categoría

El seco replique de las campanas

“La témpora viene mala. El Sol brilla con esa intensidad de las cuaresmas resecas, y ni aire corre, como p’a decir que por a’i vendrán las nubes, que de algún modo traerían algo de agua.

“¡No! Ya se pasó marzo y abril: la seca está bien plantada. Ni hablar a soltar la yunta y encerrar el caballo. Con suerte las lluvias llegarán pasado junio, y ya pa’qué. Ya no le da tiempo al maíz. En lo que espiga, le caen las heladas. Y pos ¡Valió madre el asunto!”

No es común que Cuco, Refugio Espinoza de nombre de pila, suelte improperios, y menos en estos días de su vejez proscrita, que lo imposibilitan para uncir los bueyes con las artes de cultivo. Como sea, ya tampoco tiene yunta, ni tierra, porque se la quitaron a la mala y todavía lo acusaron de ser un ejidatario irresponsable, porque sólo se ataba a la tierra para labrarla y levantar la cosecha. Para el resto de las labores culturales pagaba peones: parte con dinero y parte con una porción de la cosecha.

Pero Cuco no deja de ser y sentirse campesino, aunque ahora sólo acaricie la tierra y la labranza ajena con la mirada y el recuerdo: porque se nace campesino y se muere campesino. La tierra se lleva en la sangre, y en la tierra se deja el sudor y la vida.

“¡Cuándo si yo pudiera! Ya tendría bien barbechadas las tierras negras del Sombrerete y aunque se atrase la témpora, les arrancaba dos cosechas. Una de frijol y otra de garbanzo ¡Qué caray! ¡Claro que sí!”

Pero ya los huesos no responden y las articulaciones son un tormento cada que hace fuerza. Y eso lo mete a la nostalgia cruel de recordar, de añorar, los años adolescentes, aquellos que vivió en éste su natal Jerécuaro, cuando la Segunda Guerra Mundial terminaba y los Estados Unidos demandaban a gritos la contratación de braceros mexicanos, para que sembraran los campos y levantaran las cosechas, y sirvieran de obreros en las factorías gringas.

Cuco tenía para eso y más. Porque él sembró su tierra desde niño, cuando con gran esfuerzo cargaba el azadón y por pequeño lo dejaban cuidando las chivas: mientras crecía un poco más y agarraba fuerza para entrarle al barbecho.

 

Y sí, agarró fuerza y destreza, como pocos, para manejar la yunta. Tanto que rendía los bueyes antes de que cayera el Sol. Con esa energía se fue de bracero y regresó con dólares nuevos, para comprarle una yunta de mulas a su señor padre, Don Fortino.

En ese pasado, que hoy le alimenta los recuerdos, permanecía todo el verano en el Sombrerete, al cuidado de su milpa de siete hectáreas. Guarecido, durante las tormentas, bajo su capote de palma, tejido y confeccionado con sus propias manos. Tumbado en la peña alta del cerro, para no inundarse. Una laja rosada, liza, ligeramente inclinada hacia la salida del Sol.

Únicamente los domingos, en la madrugada, bajaba al pueblo para asistir a la misa de siete. Hasta la profundidad de la loma, en aquella breve mesa agrícola, llegaba el doblar de las campanadas que llamaban con monótonos repliques a los feligreses, para cumplir con el sagrado compromiso del rito católico. Y por ningún motivo Cuco faltaba a esa devoción.

Aprendió de su padre y de su abuelo los signos de la naturaleza, para saber cuándo y cómo sembrar su tierra. Legado que hoy se debilita. El tiempo está confuso y tampoco hay quien lo quiera aprender.

“Los tiempos están bien cambiantes; es bien cierto. Ya de nada sirven las cabañuelas. Ahora, enero como si no existiera. Hay un descontrol grande, que ya ni pa’ creerle a los signos que vemos. Ni de los animales. También andan todos locos.

“Ya no se les puede enseñar a los muchachos, porque… bueno, tampoco quieren trabajar la tierra. Temprano se van a donde sea. Nom’as estudian un algo y se van, o se tiran a la borrachera y hasta se marihuanean. Y a’i andan todos tontos, broncos como mulas cerriles, queriéndole quitar lo que tienen a los que se encuentran en su camino.”

Las cosas no andan muy bien por esos rumbos, desde hace ya un buen número de años. Antes de que el clima fuera tan inestable, impredecible; las cosechas dejaron de valer. El gobierno decidió dejar en manos de las grandes empresas trasnacionales el mercado nacional de alimentos, y con ello proscribió a los medianos, pequeños y micro productores agropecuarios, para quienes sembrar no es negocio; es subsistencia. Y hoy, sobrevivencia hambrienta.

“Pero ni cómo culpar a esos muchachos que andan de pendencieros. Todos tenemos nuestras razones para hacer las cosas. Aquí ya no alcanza el dinero para pagar los jornales. O pagas el peón, o comes. No se puede hacer las dos. Y tampoco les alcanza. Menos cuando a finales de año vienen los que se fueron al Norte y traen sus carrazos y un montón de dólares, para gastarlos en lo que sea… Bueno la mayor parte se les va en borracheras, pero ¡Qué caray! Ya se lo ganaron. Y como sea, se regresan y ganan más.

“Por eso mismo ya no se quieren ocupar en la tierra. Con tanta cosa que ha hecho el Gobierno, en lugar de ayudar, parece como si la hubieran envenenado. Todo eso que dicen que da el Gobierno pa’ trabajar las parcelas, pues no llega y a’i train a la gente a la vuelta y vuelta. Se gasta más dinero del que dan ¡Cuando lo dan! Y pura perdedera de tiempo, ni lo que se tarda uno en sembrar.”

Si, Cuco le perdió la Fé a los programas de apoyos gubernamentales, porque cuando tuvo su tierra y la sembró, alternando maíz, frijol, jícama y garbanzo, para no cansarla, nada más le dijeron que le entregarían dinero contante y sonante para cultivar, fertilizar y cosechar. Pero no llegó la plata, y eso que acudió, tantas veces como le dijeron, a las oficinas y a la presidencia municipal.

Y ahora, al paso fatigado de los años, habita su solar en el Callejón de Los Muertos, que perdió la orilla del pueblo sin darse cuenta y quedó en el centro de la discordia y la ambición de los vecinos. Es lo único que le queda en su oriundez.

Todas las mañanas, aunque el Sol se ausente, cruza la calle para acompañar la barda de enfrente con sus recuerdos y añoranzas. A veces con la nostalgia que sale en voces profundas que le arrancan sonrisas y miradas serenas, compartidas con alguno de los veteranos de aquellas batallas libradas en el Sombrerete o en la Estanzuela, para vencer las sequías y disfrutar los buenos temporales. Ahí también escucha el replique de las campanas que reclaman su presencia en la misa de siete, aunque la seca esté bien plantada.

Mostrar más

JUAN DANELL SÁNCHEZ

*Reportero mexicano especializado en temas agropecuarios, indígenas, de derechos humanos y desarrollo sostenible. jdanell@hotmail.com

Articulos Recientes

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Back to top button