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México quebrantado

Los mexicanos somos aguantadores y apáticos…

A qué le apuesta el Gobierno del presidente Enrique Peña Nieto al cometer tantas pifias, evidencia clara de una política de Estado para entregarle, en charola de plata, las riquezas naturales de México a los monopolios internacionales.

El análisis podría extenderse a un sin fin de cuartillas, pero el razonamiento de esta realidad remite a escasas líneas.

Queda de manifiesto que las reformas estructurales, que tanto pondera la actual administración; cuyos orígenes datan del gobierno de Carlos Salinas de Gortari, sexenio que marcó el quiebre real de la historia presidencialista mexicana, para abrirle la puerta a lo que hoy se conoce como globalización: fueron diseñadas para insertar a México en el neocolonialismo, que no en el neoliberalismo como se pregona.

Con lo que sucede en el país, cada día con mayor intensidad, es decir, economía paralizada, pobreza en ascenso, empresas en quiebra, más desempleo, educación mediatizada, impunidad, simulación, caos, inseguridad incontrolable, desencanto, escepticismo, pérdida de credibilidad en las instituciones; el horizonte cercano prevería una rebelión por hartazgo. Pero, no, ése es canto de sirenas, escuchado hasta el cansancio.

Hoy México se ha convertido en un pueblo de manifestaciones y protestas mudas, fácilmente manipulable. Los mexicanos somos aguantadores y apáticos, y nos ofende que nos lo digan. Gritamos tras bambalinas: callamos en el frente a frente, dejamos de cavar trincheras y a quienes las intentan los censuramos por considerarlos violentos y la “violencia atenta contra las buenas costumbres de la democracia”, tesis encriptada en la propaganda del poder.

Levantamos el puño por antonomasia. Seguimos la huella del caudillo, que así se autonombra, sin entelequia de por medio. Respondemos más a impulsos que ha razonamientos.

La lucha popular, al igual que la inconformidad y la protesta de los más pobres, es manipulada por falsos redentores que con la promesa del cambio y siempre con la bandera en alto de la democracia, que no de una revolución que rompa las estructuras del poder, del dominio y la explotación, para darle paso a la construcción de una sociedad justa, en la que la distribución de la riqueza sea equitativa, y con ello alcanzar una educación que verdaderamente cultive al pueblo, que erradique la pobreza y ceda el paso a la alimentación y salud suficientes, oportunas y de calidad: han llevado a las masas a puertos imaginarios.

México se resquebraja en las manos de los mexicanos, pobres y ricos, empresarios y obreros, campesinos y terratenientes, ignorantes e intelectuales. La crítica se castiga con la omisión, y el pensar queda cautivo en la confusión. Hoy lo malo es bueno y lo bueno es estúpido. La sociedad se reproduce en el fango de la corrupción, el Estado es un circo de maquillaje y jácaras, el Gobierno está convertido en una comedia burda de iluminados.

Nadie parece entender, o querer entender, lo que sucede en el país con las reformas estructurales: educativa, laboral, fiscal, energética, con las que se firmó la entrega de México a los nuevos colonizadores investidos en las grandes empresas multinacionales de origen estadunidense y chino, principalmente, no sólo del sector energético, sino también en el industrial, manufacturero, comercio, servicios y agropecuario.

Y el neocolonialismo es más depredador y cruel, porque de los pueblos hace esclavos sin cadenas, atados simplemente por el hambre y el mito del cambio, exprime las riquezas naturales con la complacencia de gobernantes y empresarios, sobreexplota las tierras cultivables hasta esterilizarlas y dejarlas totalmente improductivas. No tiene el más elemental respeto por la vida humana ni por la naturaleza; es la boca insaciable de la acumulación de la riqueza.

Es el capitalismo salvaje que por tantos años hemos alimentado con la apatía, falta de valor y nuestra actitud conformista y complaciente, que nos pone en entredicho como seres pensantes.

Y, sí, a todo esto es a lo que le apuesta la administración de Peña Nieto, lo que menos le importa es el destino del país; mucho menos la suerte que pueda correr el pueblo mexicano. Finalmente somos un pueblo aguantador.

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JUAN DANELL SÁNCHEZ

*Reportero mexicano especializado en temas agropecuarios, indígenas, de derechos humanos y desarrollo sostenible. jdanell@hotmail.com

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