Al concluir 2020, México tendrá 9 millones más de pobres
En los últimos 30 años, América Latina ha experimentado una importante reducción de la persistente desigualdad en la región. Estos fueron logros que comenzaron a perderse en el 2013, en el comienzo de lo que sería una ola de inestabilidad política, recordó la argentina Nora Lustig, profesora de Economía Latinoamericana y directora fundadora del Instituto Compromiso y Equidad de la Universidad de Tulane, en Estados Unidos, quien participó del ciclo de diálogos de alto nivel impulsado por el director general del IICA, Manuel Otero.
Nora Lustig llamó la atención sobre el riesgo de un empeoramiento considerable de las tasas de desigualdad en la región en la pospandemia, un fenómeno que asocia a las diferencias en el acceso a la educación, situación agravada por los efectos de Covid-19.
Según la investigadora, se estima que en México habrá nueve millones de pobres más a fin de año y que en Brasil la desigualdad crecerá entre uno y dos puntos, medida por el índice de Gini.
“En los últimos 30 años, la desigualdad ha disminuido en prácticamente todos los países según todos los indicadores, desde Gini hasta la relación entre la proporción de ingresos del 10% que recibe más frente al 40% que recibe menos. Fue una caída robusta y esto es sorprendente, principalmente porque fue en un momento en el que otros países, especialmente Estados Unidos, iban en sentido contrario”, comparó la investigadora.
Lustig señaló que la reducción de la desigualdad se produjo en tres etapas, con un aumento en muchos países en la década de los noventa, pero con caídas significativas entre 2002 y 2013 en todos los países de la región, con reducciones de hasta cinco puntos según el índice Gini. “El Salvador, por ejemplo, perdió diez puntos”, dijo. “Pero a partir de 2013 comenzamos a perder esos avances”, agregó.
El fin del boom de las materias primas y una disminución de la trasferencia de ingresos, además de las crisis políticas, ayudan a entender el cambio, según Lustig, quien, sin embargo, observó que también ha habido una reducción en la diferencia entre los salarios de los trabajadores con más y menos educación. “Esto produjo una reducción relativa en la oferta de trabajadores menos calificados, gracias a la expansión de la educación en la década del 90”, asoció.
“Esta es una clave para explicar lo que sucedió en América Latina y es un reflejo, hasta cierto punto, del aumento de la desigualdad en Estados Unidos, donde la educación secundaria y postsecundaria se ha vuelto más difícil”, dijo.
Nuevas generaciones
Lustig afirmó estar preocupada por el impacto en el capital humano de las nuevas generaciones, ya que la red educativa se está trasladando a una forma que depende de los medios, como la radio y la televisión o el online, o la capacidad de poder de los padres. en cierta medida, de sustituir profesores, lo que está directamente relacionado con el nivel de acceso a la educación de la familia.
“Obviamente, los niños que viven en un país con un alto nivel educativo tienen una gran ventaja porque sus padres serán mejores mentores o tendrán los recursos para contratar mentores. Por otro lado, los niños que están al final de la distribución no tienen esta ventaja y además tienen mucho menos acceso a los medios que se están utilizando, es decir, la conectividad”, dijo.
La región se encuentra en medio de un proceso que puede revertir logros alcanzados. “En un corte de los nacidos entre 1987 y 1994, equivaldría a retrasarlos al corte de los nacidos entre los 50 y los 60, en cuanto a la capacidad de las personas para completar el bachillerato. Tiene que haber un gran esfuerzo de los gobiernos, el sector privado y la sociedad civil para revertir esto o estaremos sembrando la desigualdad del futuro”, lamentó.
Conectividad y biotecnología
Manuel Otero destacó que el acceso a la conectividad en el campo es una de las principales preocupaciones del IICA, y que el organismo está dedicado a dar una nueva mirada al sector rural. “Ya no se trata solo de la agricultura para las materias primas, que ya ha generado muchas divisas. El IICA cree en la bioeconomía, en el gran puente entre sostenibilidad y productividad, en la química verde, en las energías renovables y el campo de oportunidades es inmenso y requiere un nuevo enfoque institucional y un nuevo marco de políticas”, dijo al referirse al potencial para reducir la desigualdad.
En opinión de Lustig, es necesario incrementar la investigación dedicada a tratar sobre las desigualdades en el campo, ya que, en su mayor parte, la academia está más enfocada a comprender el fenómeno en los conglomerados urbanos.
Otero señaló que faltan estadísticas para las áreas rurales, donde vive alrededor del 20% de la población de América Latina. “Cuando no hay más remedio, los pequeños trabajadores agrícolas migran a los centros urbanos, agravando el problema social en las ciudades”, advirtió.
Cerca de 60 millones de personas están vinculadas a la agricultura de subsistencia en América Latina y el Caribe. “Esta actividad representa entre el 50% y el 70% de la oferta alimentaria, no tanto la oferta exportable, sino la oferta interna. En muchos casos, esos agricultores son los guardianes de los territorios y deben ser los guardianes de la biodiversidad”, dijo el Director General del IICA.
Para Otero, la biotecnología es una verdadera promesa de futuro y ya llegó a Latinoamérica, pero aún no está disponible para todos los agricultores. “Insisto en que la biotecnología puede ser un puente entre la agricultura y la sostenibilidad. La agricultura del futuro ya no puede ser a expensas de la destrucción de los recursos naturales y la biodiversidad”, enfatizó. “No debemos levantar muros entre el sector rural y el urbano. Hay una revolución en la ruralidad por la que apostamos”, agregó.