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Utilizar estímulos económicos para reducir impacto a largo plazo del hambre

Tras la emergencia sanitaria de la COVID-19 se avecina una recesión, y los países deberían tomar medidas ahora para mitigar el impacto a largo plazo sobre el hambre y la inseguridad alimentaria, según advierte una nueva nota de orientación elaborada por la FAO.

Las previsiones para la economía mundial pueden variar en los detalles, pero todas apuntan a una crisis sin precedentes. El Fondo Monetario Internacional prevé que el producto interior bruto mundial se reduzca en un 3.0 por ciento este año, en comparación con las previsiones de enero de un crecimiento del 3.3 por ciento. Se espera que este retroceso desencadene la primera crisis absoluta en los últimos 25 años en África subsahariana, donde alrededor de una cuarta parte de la población está desnutrida.

En el informe El estado de la seguridad alimentaria y la nutrición en el mundo de 2019, los analistas de la FAO señalaban que las desaceleraciones y las crisis económicas contribuyeron al aumento de los niveles de subalimentación en 65 de los 77 países que registraron estas alzas entre 2011 y 2017, lo que pone de relieve el riesgo de que se produzcan tendencias negativas del hambre en el futuro.

El nuevo documento ofrece un análisis de los datos sobre el suministro de alimentos a partir de 1995, vinculado a la evolución estadística del indicador de prevalencia de la subalimentación (PoU, por sus siglas en inglés) de la FAO, que se correlaciona con las tendencias económicas locales anteriores en los países importadores netos de alimentos. En ausencia de políticas oportunas y eficaces, es probable que millones de personas pasen a engrosar las filas de las víctimas del hambre como consecuencia de la recesión provocada por Covid-19.

Esa cifra variará en función de la gravedad de las contracciones económicas, y oscilará entre 14.4 millones y 38.2 millones, llegando incluso 80.3 millones en caso de que se produzca una caída de efectos devastadores de 10 puntos porcentuales en el PIB de los 101 países importadores netos de alimentos. La nota advierte que el resultado real podría ser peor si se agravan las actuales desigualdades en el acceso a los alimentos.

“Esta nota de orientación aporta evidencias a favor de hacer de la reducción del hambre una prioridad en tiempo de estímulos económicos”, asegura Marco V. Sánchez, subdirector de la División de Economía del Desarrollo Agrícola de la FAO.

Dado que el mundo no se enfrenta a la escasez de alimentos, la FAO insta a los países a que hagan todo lo posible por mantener los flujos comerciales y las cadenas de suministro alimentarias operativos y por aumentar la producción agrícola durante la crisis sanitaria internacional. Las respuestas fiscales y monetarias a gran escala que los gobiernos preparan frente al deterioro previsto del crecimiento económico representan una oportunidad para abordar problemas de larga duración en muchos países de ingresos medios y bajos en relación a la desigualdad en el acceso a alimentos saludables.

Las transferencias en efectivo y en especie, las nuevas líneas de crédito para los principales agentes de los sistemas alimentarios, las redes de seguridad, el apoyo a los ingresos, los programas de distribución, -como los bancos de alimentos- y continuar con los almuerzos escolares son iniciativas que deben dirigirse a las personas más vulnerables y pobres. Este enfoque maximizará también el efecto que los desembolsos de recursos públicos tienen para mantener una demanda más dinámica y para evitar que la población caiga en una dependencia crónica que puede durar años, según la FAO.

Existen ejemplos alentadores de iniciativas de “estímulos alimentarios” en países de ingresos bajos y medios -al menos 106 países han introducido o adaptado medidas de protección social con motivo de la pandemia de COVID-19, según un estudio en tiempo real de las medidas de política de protección social del Banco Mundial y la Organización Internacional del Trabajo-, aunque la capacidad de los países africanos para ofrecer transferencias de efectivo ha sido escasa hasta ahora.

La cooperación y la ayuda internacional son necesarias para asistir a los países más pobres y vulnerables, y ello puede vincularse a que los países receptores reasignen una mayor parte de sus propios recursos para alcanzar los objetivos deseados, y evitar el resultado sumamente adverso del aumento de la desigualdad en el acceso a los alimentos.

Orientar las medidas de estímulo público hacia iniciativas para reforzar el acceso a los alimentos durante la pandemia ofrece además la oportunidad de lograr una mayor resiliencia en los sistemas alimentarios, y protegerlos contra las desaceleraciones y recesiones económicas en el futuro

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