La sustitución gradual del glifosato: una oportunidad para las prácticas agroecológicas en México
Por: Tomás Rivas-García y Rita Schwentesius Rindermann*
- Prácticas agroecológicas y saberes ancestrales sistematizados en territorios de éxito denominados “faros agroecológicos” demuestran que es posible producir alimentos con alto valor nutraceútico, más saludables sin sacrificar rendimientos y pueden reducir costos para los agricultores.
El glifosato fue introducido comercialmente en 1974 por la empresa Monsanto con la formulación Roundup®. Por muchos años se utilizó de manera irracional por la falsa creencia de su inocuidad y poca residualidad. Sin embargo, en el 2015 la Agencia Internacional de Investigaciones sobre el Cáncer (IARC por sus siglas en ingles), de la Organización Mundial de la Salud (OMS) clasificó al glifosato como probable cancerígeno en el grupo 2A. Esta clasificación significa que “hay evidencia limitada en humanos que demuestre la carcinogenicidad del glifosato”, pero también significa que “hay evidencia suficiente en animales de experimentación que demuestran la carcinogenicidad del glifosato”.
Contrario y posterior a lo antes mencionado, la autoridad Europea de Salud Alimentaria (EFSA por sus siglas en inglés), la Agencia de Protección Ambiental de los Estados Unidos (U.S. EPA por sus siglas en inglés) y la Agencia Reguladora de Manejo de Plagas de Canadá (PMRA por sus siglas en inglés) promueven y decretan que el glifosato es seguro al no presentar ningún efecto adverso para la salud. Estas disparidades han dado lugar a una controversia general a diferentes niveles de regulación en todo el mundo, que van desde una prohibición total hasta políticas sin restricciones.
Es importante mencionar que los agroquímicos como el glifosato son la base de un sistema neoliberal que ha propiciado la explotación y daño para la salud humana y de los agroecosistemas, el cual es insostenible. Este sistema de producción agrícola ha generado una vulnerabilidad más resaltada ante la actual contingencia causada por la pandemia del virus COVID-19; además, ha dañado considerablemente la fertilidad de los suelos; ha contaminado los mantos acuíferos y los alimentos.
Este modelo de producción promovido desde la “revolución verde”, por Norman Borlaug a inicios de los años cuarenta, solo genera una dependencia insostenible basada en modelos agroindustriales que dañan la biodiversidad y la salud humana. Un efecto latente, es que, ante el uso indiscriminado de agroquímicos como los herbicidas sintéticos, las arvenses, erróneamente llamadas “malezas”, generan un proceso de adaptación que les permite resistir cada ves a mayores dosis de herbicidas administrados en los campos mexicanos. Esto provoca que los agroquímicos sean menos eficaces y que, como consecuencia, se incrementen las dosis y que se usen más combinaciones de agroquímicos.
En México, desde el decreto presidencial DOF-31-12-2021, donde textualmente se menciona que: “La transición al uso del glifosato será progresiva hasta llegar al uso nulo del mismo en el 2024”, nuestro país inicia un proceso gradual hacía una producción agroecológica basada en los saberes ancestrales para el bien de las comunidades rurales vulnerables.
El presidente Andrés Manuel López Obrador después de dicho decreto, menciona puntualmente la encomienda para que algunas dependencias y entidades de la administración pública federal que en el ámbito de sus competencias y a partir de la vigencia del presente decreto, tales como el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (CONACYT) y la Secretaría de Desarrollo Rural y de Medio Ambiente y Recursos Naturales (SEMARNAT) serán las entidades gubernamentales encargadas de promover e implementar propuestas basadas en alternativas sostenibles y culturalmente adecuadas, para sustituir el uso de glifosato. Dichas propuestas podrían encaminarse al uso de otros agroquímicos de baja toxicidad, uso de productos biológicos u orgánicos, prácticas agroecológicas o trabajo intensivo manual, que preserven la salud humana, la diversidad biocultural del país y el medio ambiente.
Esta sustitución gradual del glifosato en México es un “parteaguas” para avanzar hacia una producción agroecológica que permita preservar los saberes ancestrales y la agrobiodiversidad de los campesinos mexicanos. Esta alternativa es muy viable ya que protege el suelo, el agua y la salud humana.
Proyectos interinstitucionales como el de CONACYT Pronaii y el proyecto interno de la UACh titulados “Alternativas Agroecológicas Orientadas a la Sustitución Gradual de Herbicidas a Base de Glifosato” están demostrando que los agroquímicos convencionales y los cultivos transgénicos no son esenciales para obtener la seguridad alimentaria, y que es viable producir alimentos más saludables y nutritivos por medio de prácticas agroecológicas.
Las prácticas agroecológicas y saberes ancestrales sistematizados en territorios de éxito denominados “faros agroecológicos” comprueban que es posible producir alimentos con alto valor nutraceútico y más saludables sin sacrificar rendimientos, y que además se pueden reducir los costos mientras se dignifica la labor de las familias de productores campesinos.
