Galería principal

En peligro de extinción “islas agrícolas” de la CDMX por minería y crecimiento de mancha urbana

Los agricultores mantienen la siembra de especies nativas, maíces, frijoles o amaranto

  •  El material de las minas invade los terrenos agrícolas de Zapotitlán, Tláhuac
  • Es un área natural protegida (ANP) pero la explotación minera genera un gran impacto ecológico

Los pequeños terrenos agrícolas de Zapotitlán, Tláhuac, son una especie de “islas agrícolas” en peligro de extinción, rodeadas de minas, cemento y asfalto, que aún producen pequeñas cantidades de alimento en medio de una ciudad más de 9 millones de habitantes. La coa, que todavía utiliza don Cipriano Salas para sembrar su tierra con especies nativas, simboliza la tradición y la resistencia por producir dentro de una urbe que devora todo ante su inexorable expansión.

De nada vale el letrero que indica a la entrada de este espacio que es una “zona de reserva ecológica”, ante la invasión de construcciones y terrenos donde literalmente se derraman los minerales extraídos de las minas, tezontle, grava o arena, sobre las tierras de labranza, ante el coraje y la impotencia de los últimos campesinos de este territorio y la complacencia de las autoridades.

Mientras camiones de volteo acarrean — “a todas horas”– los materiales extraídos de las minas para “sembrarlos” en terrenos que sirven de almacén; los campesinos cultivan en sus tierras que, en promedio no rebasan media hectárea, maíces criollos de diversos colores, blancos, azules, morados, amarillos o frijoles que van de tonalidades negras hasta morados, o amaranto, que venden en el mercado local, que les genera un ingreso; aunque los labriegos expresan con insistencia que, “el campo no es negocio” y “lo hacemos por amor a la tierra, que es herencia de nuestros ancestros”.

En un recorrido por las “islas” agrícolas de Zapotitlán, la sobreexplotación minera de los volcanes extintos–que forman parte de la Sierra de Santa Catarina– de Xaltepec (Santa Cruz), Yohualixqui o Yahualiqui, como lo llaman los lugareños, y el Tetecón es evidente; hay cálculos alarmantes de como las mineras durante décadas se han “comido” los cerros ante la complacencia de gobiernos locales y autoridades federales. Las voces que han advertido esto, simplemente, han sido ignoradas. Don Arturo, un campesino de 80 años que conserva fuerza y vigor en su cuerpo, lo simplifica así: “quejándonos o no quejándonos, es lo mismo; de todos modos no nos hacen caso”.

En medio de su terreno de poco más de 3 mil metros cuadrados que cultiva –cuyo lindero de piedra no ha sido suficiente para detener la montaña de gravilla que invade su tierra agrícola, que quebró plantas, magueyes y derribó la cerca— Gilberto Peña de Jesús expresa: “tenemos que luchar contra todos los factores, contra las minas, la basura, delincuencia y ahora hasta contra la sequía…Ya nadie quiere trabajar en el campo”.

Foto: Ernesto Perea

Al lado de sus cultivos, Gilberto tiene cuatro vecinos que explotan minas y “el impacto es muy fuerte”, los trabajadores dejan basura y todo tipo de desechos. Comenta que en un tiempo los dueños de las minas les querían comprar a 15 pesos el metro cuadrado de terreno y decían que era bien pagado. “Nos querían quitar los terrenos”. La explotación minera más grande en la localidad es Xaltepec, “ahí ya no podemos subir porque es propiedad privada, nuestros vecinos ya lo vendieron y vende terrenos bien baratos”.

Este agricultor, quien se resiste a ver morir sus cultivos, siembra en total 8 mil metros –de los cuales solo 3 mil son propios y los “demás prestados”— con maíces y frijoles criollos, calabaza, ayocote, “todo es orgánico, no le aplico ni pesticidas ni fertilizantes químicos”. De lo que cosecha vende unos 400 o 500 kilos en la localidad.

Sobre si las minas han generado algún beneficio a la comunidad, el agricultor expresa: “que yo sepa no han dejado una retribución”. Por el contrario, añade, “un terreno que se vendió lo rellenaron de basura y dijeron que ahí iba ser relleno sanitario y un vecino que no vendió se quedó en medio de eso”.

Cuentan los lugareños que hace 15 años en toda la zona había 300 hectáreas agrícolas, pero en la actualidad quedan apenas unas 80 hectáreas. Eran 80 agricultores y hoy solo quedan 20; unos murieron y otros vendieron. El paisaje esta

Foto: Ernesto Perea

rodeado de terrenos ocupados por maquinaria, excavadoras, palas, camiones de volteo, montañas de grava o arena, y entre todo eso también se observan algunos sembradíos de maíz; incluso, al caminar por estas tierras uno puede encontrar aún vestigios del ancestro o padre de los maíces: el teocintle.

Cipriano Salas Flores, hombre de setenta años de rostro moreno oscuro, platica que su familia lleva unos 80 años practicando la agricultura, “aquí dedicándonos a esto, casi el siglo, nuestros papás nos lo heredaron y seguimos con esta siembra”. En sus casi dos hectáreas y media cultiva de manera rústica con la coa, porque aunque ha intentado usar tecnología, “realmente lo hemos seguido haciendo como es la costumbre, sí nos ayudamos con el tractor porque ya no hay yunta, pero la siembra se hace con coa y el azadón para limpiar el terreno”.

Pero sí hay un último yuntero en Zapotitlán, José Luis, quien tiene 62 años y tira su yunta con una mula y un caballo. También el siembra maíz, frijol, calabaza y flor de cempazúchil para las fechas del Día de Muertos.

En un recorrido por las últimas tierras agrícolas de Zapotitlán, los campesinos señalan que el principal factor de que se haya reducido la superficie sembrada en la zona es que a la gente joven ya no le interesa el campo, muchos son profesionistas y se han incorporado al mercado laboral que demanda la urbe; otra es el robo de cosechas, “la gente viene y se roba el producto”; además, “el tiempo –temporal– ya no es como antes, a veces llueve a veces no, llueve poco, mucho o no llueve. La gente ya no quiere trabajar porque el campo no es redituable”, lamenta Cipriano. Incluso los productores han pensado en recorrer su período de siembras, porque el patrón de lluvias se ha modificado, “por el cambio climático”.

Muchos propietarios también vendieron su pequeña propiedad a las minas, platican los campesinos de esta zona.

La explotación minera va deplorando todo interviene Juan Gabriel Salas Morales, “si hacemos una mina en un terreno le afectamos al vecino. Hemos pedido a las autoridades que no ayuden controlando. Hay construcciones que no deberían de estar. Los seres humanos hemos modificado, alterado esta biodiversidad y lo más grave,  que no podemos controlar es la contaminación de los terrenos”, dice al tiempo que señala la basura y plásticos que alguien deposito en el terreno.

Desaparecieron el cerro

La mina Xaltepec en su momento fue la que más se explotaba. La Estancia es la mina principal que se explota ahora. Hay testimonios de como a través del tiempo y con el crecimiento de la ciudad la explotación minera se intensificó y como los camiones salían constantemente para sacar millones de toneladas de material pétreo.

La explotación minera ha sido tal que, “el volcán Tetecón lo desaparecieron hace mucho; existe pero no es el original, expone Misael Cruz, presidente del Grupo de Productores Unidos de Zapotitlán, quien agrega: “ese cerrito lo desaparecieron, era el más pequeño, se llevaron todo y después la mina de la Estancia empezó a poner ahí el material que sacaba y de la pura tierra que fueron poniendo se formó nuevamente el cerrito, por eso seguimos con el mismo nombre de Tetecón, pero ya no existe”.

”Las minas –subraya este hombre de voz grave y firme– nos han afectado desde siempre, desde que nacimos, con el ruido, el polvo, la contaminación, la basura”.

Foto: Ernesto Perea

Don Arturo se queja de que hay nuevas construcciones en la zona y se supone que no hay permiso para construir, porque son áreas naturales protegidas, “más sin en cambio el billete es el que manda. Llegan con el billete con las autoridades y —dice al tiempo en que mueve sus manos de un lado a otro— construyan, construyan”.

Riego sin agua

Por estos días de junio la zona está seca y una antigua olla de captación luce deteriorada por el abandono y sin agua. Pero no siempre ha sido así. Entre 2008 y 2011 el Coussa (Componente conservación y uso sustentable de suelo y agua) financió la construcción de esta olla de captación o estanque para que los labriegos pudieran disponer de agua para regar los campos agrícolas y durante un tiempo funcionó. Al principio tenía capacidad para 10 millones de litros y luego aumentó a 16 millones de litros. El agua se bombeaba desde Iztapala. En las terrenos agrícolas aún se observa tubería y registros. Alrededor de este “lago artificial” incluso había árboles frutales y “hasta patos silvestres llegamos a tener”, recuerda Misael.

Con ese proyecto se beneficiaron 80 agricultores de Zapotitlán y 17 personas de Tlaltenco, pueblo vecino. La olla funcionó hasta el 2017, luego hubo descuido de los lugareños y personas que venían de Iztapala destruyeron la membrana y se fue abandonando la olla de captación.

Reserva ecológica privada

La tierra en Zapotitlán es pequeña propiedad en la zona cerril, “ya no tenemos ejido, ya nos ganó la mancha urbana”, expresa Misael.

Este tipo de propiedad ha permitido que los cerros sea explotado al máximo –al grado que si uno lo observa parece que lo partieron en dos y en su interior muestra una tonalidad rojiza–, pero hay una contradicción que llama la atención: es una zona declarada área natural protegida (ANP) y las mineras siguen sobrexplotando las minas y acabando con los cerros. Al preguntar a los lugareños por esto, responden: “eso nadie nos lo ha podido jamás contestar”. Lo que se sabe es que el tipo de propiedad ha dificultado la protección de esta zona, porque los “dueños” recurren a amparos y hay familias de políticos que tienen peso en las decisiones de la autoridad y presionan para continuar con la explotación minera.

Cabe recordar que el 3 de noviembre de 1994 el Diario Oficial de la Federación Publicó el “Decreto por el que se declara área natural protegida, con carácter de zona sujeta a conservación ecológica, la superficie de 576-33-02.82 hectáreas, ocupada por la denominada Sierra de Santa Catarina, ubicada en las delegaciones Tláhuac e Iztapalapa, D.F.” La declaración se hizo “por ser de interés público” y como área que requiere la protección, conservación, mejoramiento, preservación y restauración de sus condiciones ambientales… (1)” A la vista del paisaje, en el área de Zapotitlán, nada de esto se ha cumplido.

Los terrenos se expropiaron en el sexenio de Carlos Salinas de Gortari se tomó como ANP, pero no se indemnizó a ninguno de los agricultores. Tampoco hubo posicionamiento de los terrenos. Hubo una coordinadora que cobró para hacer un juicio para revocar la expropiación, pero solo fue negocio y simulación, aseveran los lugareños. El desconocimiento y desinformación para los pobladores de Zapotitlán sobre el polígono protegido también es evidente porque, “se declaró, pero no se enteró de la superficie a los interesados”.

Desde la entrada a la zona de reserva ecológica por la calle “Camino real” hasta los sembradíos, “hemos conservado, pero como es propiedad privada no podemos meternos más —dice con resignación un agricultor—, “¡y las autoridades bien gracias!”.

El decreto referido en su artículo séptimo  que en la zona de conservación ecológica, “se establecen las siguientes limitaciones y prohibiciones”, talar árboles; efectuar obras o edificaciones con fines habitacionales, industriales, comerciales o de servicios, excepto aquéllas que serán utilizadas para la adecuada administración de la zona y para la realización de las actividades a que se refiere el artículo sexto; practicar la cacería, y vertir desechos sólidos y afluentes líquidos sin tratamiento”.

Foto: Ernesto Perea

También es un catálogo de buenas intenciones, al hablar de acciones de regeneración y reforestación de la vegetación nativa; de promover la protección, preservación y rescate de la flora y fauna endémicas y acciones para restaurar de manera integral el ecosistema; de favorecer la recarga al acuífero; acondicionar y construir obras, que sin modificar sustancialmente el equilibrio de los elementos naturales existentes o introducidos, propicien la realización de actividades de recreación y deporte por parte de la población, y llevar a cabo obras y prácticas de conservación de suelo y agua para reconstituir la capa del suelo erosionada, además de evitar deslizamientos y derrumbes en la zona.

Mantener sistemas agrícolas tradicionales

Debido a que en estas islas agrícolas se cultivan una diversidad de especies tradicionales, maíces blancos, azules, rojos, amarillos, elotes, frijol cacahuate, ayocote, calabaza, quelites o amaranto, entre otras especies nativas, la Conabio (Comisión Nacional para el Conocimiento y Uso de la Biodiversidad) inició formalmente en 2020 el proyecto Agrobiodiversidad Mexicana, del Fondo Mundial para el Medio Ambiente (GEF, por sus siglas en inglés),  cuyo objetivo es: “desarrollar políticas y mecanismos que apoyen la agrobiodiversidad, la conservación, el uso sustentable y la resiliencia, mediante el fomento al conocimiento de agroecosistemas tradicionales y de los métodos culturales que mantienen esa agrobiodiversidad en México”.

Durante la visita a la zona, Liza Covantes, experta regional del Proyecto Agrobiodiversidad Mexicana en la Ciudad de México de la Conabio, destacó que debido a la pandemia el programa en realidad inició en 2021 y está orientado a productores de pequeña escala y busca mejorar sus sistemas agrícolas tradicionales con prácticas agroecológicas y aplica en zonas rurales de Milpa Alta, Xochimilco (zona chinampera) y Tláhuac –donde están los agricultores de Zapotitlán—que siembran especies nativas y se fomenta que éstas se sigan cultivando y que puedan adaptarse a las condiciones que genera el cambio climático.

Expuso que es clave revalorar el trabajo de las familias para mantener las especies nativas y que el consumidor valore esa labor y fomentar los circuitos cortos de comercialización. Dicho proyecto concluye en diciembre de este año.

Los últimos agricultores de Zapotitlán

Al preguntarle si no le preocupa ser uno de los últimos agricultores de Zapotitlán, Cipriano remarca que “el temor si esta latente, pero tenemos confianza en que se haga conciencia por medio de ustedes, hagamos a entender a las generaciones que vienen para sigan con esto.

A pesar de todo tratamos de tener la agricultura viva, todo esto como recuerdo”.

“Si tememos ser los últimos agricultores, porque no tenemos ninguna garantía, sino hay un respaldo bien fundamentado por parte de nuestras autoridades, porque no nos ayudan cuando lo solicitamos y, al contrario, nos entorpecen cuando solicitamos algo. Luchamos contra todo, los depredadores naturales y los que no. Dentro de poco estas tierras ya no se van a cultivar.  Va a ser historia nada más que antes cosechábamos”, manifiesta Gilberto Peña de Jesús.

Dice que prefiere que en estos terrenos se haga un parque ecológico o un jardín a que sean construcciones, viviendas o fábricas que están contaminado, “porque ya no hay donde respirar; no sabemos el impacto que hacemos si esto lo perdemos y a las autoridades si lo saben no les interesa”. Y con lágrimas en los ojos dice: “cómo vamos a vender; yo digo que la tierra no es mía, yo soy de la tierra”.

 

  • http://diariooficial.gob.mx/nota_detalle.php?codigo=4758353&fecha=03/11/1994#gsc.tab=0
Mostrar más

ERNESTO PEREA

Periodista especializado en temas agropecuarios y agroalimentarios. Premio Nacional de Periodismo y Divulgación Científica, otorgado por el CONACYT. En la actualidad director del portal web www.imagenagropecuaria.com Autor del libro Voces y vivencias del movimiento orgánico Ha colaborado con las revistas editadas por el Grupo Expansión. Ha sido consultor de la FAO. Brinda servicios de comunicación, información, análisis y consultoría para diversas empresas e instituciones. Correo electrónico: editor@imagenagropecuaria.com

Articulos Recientes

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Back to top button