Agronegocios

Mil y una formas para disfrutar un café

El mundo occidental tiene una gran deuda con el papa Clemente VIII, quien dirigió a la iglesia católica en los últimos años del siglo XVI y los primeros del siglo XVII  , pues por así decirlo bendijo al café y desde entonces la bebida se convirtió en la favorita de muchos en el mundo.

“Esta bebida de Satanás es tan deliciosa que sería una pena dejar a los infieles el deleite exclusivo de tomarla. Hay que engañar al diablo y convertirla en cristiana”, dijo su santidad al escuchar las voces que al interior de la iglesia se confabulaban contra el café.

Y es que no hay que olvidar que esta bebida tiene su origen en el oriente de África, región donde se práctica la religión de Mahoma.

De no haber sido por tal determinación, muy inteligente para la época en que se dio, pues entonces la Santa Inquisición sí que era de temer, es muy probable que nunca se hubieran consumido los 400 mil millones de tazas de café que hoy se toman en todo el mundo.

Según información de la Internacional Coffee Organization, unas 100 millones de personas de 80 países han hecho del cultivo y venta del café su modo de vida. El aromático se coloca en el segundo lugar en comercialización mundial, sólo detrás del petróleo.

Muy a pesar de los teólogos que aconsejaron al papa Clemente VIII, excomulgar al café, éste continúa marcando el pulso del mundo. Y más aún, los estudiosos de tendencias lo han definido como producto gourmet y concepto joven.

Hoy por hoy, los adolescentes de Manhattan llaman a sus amigas latte girles gracias al coffee-latte italiano, el cual registra una gran demanda entre las nuevas generaciones de Estados Unidos, y que es un café exprés con mucha leche.

Es más, en California muchos estudiantes entran a clases con sus termos de café, y muchos de ellos se autodenominan java junkies coffee, en una jerga que cinco años atrás nadie se habría imaginado.

El tradicional carajillo en España hasta la bomba calórica del bombón, pasando por el exótico turco, son ejemplos del gran éxito que el café tiene entre millones de personas en el mundo.

En desayunos y meriendas el café le da a la leche el plus de su agradable sabor, por lo que hace varias décadas le arrebató el cetro de campeón en la preferencia de niños y adultos al chocolate, lo que es observado con envidia y a lo lejos por el té.

El capuchino, podría decirse que es un viejo italiano que ha alcanzado la categoría de universal gracias a su exquisito sabor, y cuya preparación se debe dejar exclusivamente en manos expertas, con el fin de obtener esa deliciosa espuma que le caracteriza.

Si de delicias se trata, ahí tenemos el bombón, ilimitado de calorías gracias a la leche condensada que se agrega al café, y al que los expertos de Levante, España, recomiendan agregar unas gotas de kalúa.

Las estadísticas de la American Coffee Association, indican que el grupo de consumidores que va de 18 a 27 años, es el que más crece en el mundo. No obstante, ejecutivos y treintañeros apasionados por el arte se han sumado a la tendencia.

Es posible afirmar que en la actualidad, dicho segmento social no percibe al café como algo funcional, que sirve para despertar por la mañana. Ahora se asocia a sensaciones concretas, algo que se toma cuando es necesario introducir variedad y relax en la vida.

La industria ha descubierto que a la gente no le importa pagar un poco más si la calidad del café y la puesta en escena se ajustan a sus expectativas. Los coffee shops tienen ahora decorados exóticos, vanguardistas o nostálgicos.

A la vez, esa visión exige mayor cultura cafetera. Es un fenómeno parecido al que se produjo con los vinos hace 20 años.

Si en la década de 1980 se pasó de la cultura de los riojas y dueros a la de los cabernets-sauvignons, tempranillos o pinots noirs, hoy nadie que presuma de enterado puede ir por la vida sin saber apreciar la majestad de un Jamaica Blue Mountain —la denominación de café más cara del mundo, cultivado en las montañas jamaiquinas de ese nombre—, por ejemplo.

O, haber paladeado el delicado buqué vinoso de un AA Plus-Plus de Kenia —el de más calidad de ese país africano—, aspirar el aroma memorable de un Harrar de Etiopía o percibir la fragancia de los SHB —Strictly Hard Bean, granos estrictamente duros— de Costa Rica, que indica que han crecido en ladera de montaña, por encima de esos 1,500 metros que marcan la frontera de la excelencia.

En México y en el mundo se registra un boom que comenzó hace más de 20 años con Starbucks, una modesta cadena de degustaciones de café de Seattle, Estados Unidos.

Si de emociones fuertes se trata el carajillo español es una buena opción, y que se prepara con brandy, pero que no desdeña a la familia, venida a más, de los aguardientes blancos. En algunas zonas se vierte directamente el café sobre el brandy y el azúcar, sin quemarlo antes.

En Irlanda no cantan mal las rancheras, como decimos los mexicanos, y la preparación consiste en el vaso apropiado, nata cremosa, azúcar, obligadamente moreno, y el whisky, preferentemente irlandés y de probada calidad.

Y qué decir del café escocés, sólo un cremoso y excelso helado de vainilla fresca justifica someter al fuego a un buen whisky de Escocia. Hay quienes no se preocupan de la báscula y le añaden azúcar.

Cada país tiene gustos propios, los italianos lo prefieren ristretto, con la mitad de agua y el mismo café que un exprés. Alemanes y suizos lo mezclan con chocolate. En buena parte de las zonas rurales de México, el café se toma con canela.

Los etíopes, con un pellizco de sal y hierbas. Los egipcios lo sirven dulce en las bodas y amargo en los duelos. Pero que nadie se extrañe en este mundo globalizado si un mexicano pide: “déme un café con piquete”.

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