Con el plomo en la sangre
Elisa y Chon Bolaños
Elisa Segundo Nicolás fue esposa del difunto José Concepción Bolaños, quien era encargado del personal, velador, responsable de recibir pedidos y sacar el producto en la fábrica de pigmentos.
Cuando se casó, en 1963, su esposo ya trabajaba en la fábrica, que primero fue Pigmentos Mexicanos y después se convirtió en Basf Mexicana. Ahí nacieron sus hijos. Todo el tiempo vivieron dentro de la empresa, donde les prestaban una casita, que se ubicaba al fondo del predio.
Doña Elisa cuenta que tuvo seis hijos y dos abortos, el mismo número que una de sus hijas. Su esposo duró mucho tiempo enfermo y cuando falleció no le dijeron que fue por la “enfermedad del plomo” —como la nombran los lugareños—, pero en estudios anteriores le detectaron saturnismo en la Clínica 7 de Cuautla. Esta mujer mostró al reportero documentos para acreditar su dicho, incluida el acta de defunción de quien fuera su esposo.
Cuando José Concepción estaba enfermo fue a la ciudad de México a realizar estudios. La noticia que recibió fue desalentadora, pues le dijeron que ya no tenía remedio, que sus pulmones estaban muy delgados, que los riñones se encontraban deteriorados por oler ácidos. Antes de morir tuvo problemas con todos sus órganos internos.
Doña Elisa también tiene molestias, le duelen los riñones, es diabética, tiene dolores en las piernas y en la boca del estómago. Pero en los análisis que le han hecho no le han detectado nada extraño.
Como si fuera un recuerdo maldito, aún conserva puertas que les dieron de la fábrica y que están llenas de plomo. Expresa que durante todo el tiempo que trabajó la fábrica el agua se tiraba en el río y cuando había pintura que no servía la iban a tirar lejos.
El esposo de doña Elisa falleció y uno de sus hijos se encuentra grave de salud. Sus hijos han tenido problemas de aprendizaje y el mayor, Concepción, está enfermo de los riñones, le da un dolor en la boca del estómago y le detectaron un nivel de 15 mg de plomo. Pero aun así esta mujer cree que todos los laboratorios están comprados.
En su desesperación solicita que le ayuden con los tratamientos de sus hijos. Ha pensado en pedir una indemnización por lo daños que han sufrido, pero no saben con quién. Además —como sucede a menudo en México—, nadie les hace caso.
Durante la conversación con doña Elisa, con pasos lentos, sin camisa, mostrando su piel pálida y amarillenta, con una expresión de dolor en su rostro, aparece su hijo Concepción Bolaños Segundo, de 37 años, quien desde hace cinco años que ha tenido molestias en el riñón derecho y en el izquierdo siente punzadas, los médicos le han dicho que tiene insuficiencia.
Este hombre, que a su edad muestra debilidad, platica que vivió como 15 años en la fábrica, pero antes nunca mostró problemas. Hasta hace cinco años y los dolores se le han agudizado. El médico le dijo en una ocasión que tenían que dializar el riñón o tal vez hacer un transplante, porque ya era muy fuerte el dolor.
Concepción piensa que la causa de sus males fue el haber vivido tantos años en la fábrica, ya que cuando jugaban en el piso estaban en contacto continuo con el plomo. Asegura que hay muchos niños y jóvenes que padecen lo mismo.
Concepción señala que en la fábrica tenían un horno donde quemaban todo el desperdicio y el humo que esto generaba iba a parar en las casas impulsado por el viento.
La voz de un ex trabajador
Florentino Flores Rodríguez, ex trabajador de la fábrica cuando inició como Pigmentos Mexicanos, expone que utilizaban cromato de sodio, ácido sulfúrico, ácido muriático y ascético. “El ácido que se llegaba a tirar aquí, uno sin saber agarraba la manguera y le dábamos vuelo para el canal colonial que va a dar al Espíritu Santo, donde se contaminaban mucho las parcelas de sembradíos.” Esto pasó, asegura, desde que empezó la fábrica hasta que cerraron las puertas los de Basf. Tenían una planta tratadora, pero aparte había drenajes clandestinos, por donde sacaban todos los desechos. Cuando se lavaba la pintura eran unas cubas grandes.
“Las condiciones eran deplorables. No te daban guantes. Nada. Cómo íbamos a saber que era un veneno que te va a matar poco a poco, el plomo. El patrón nunca nos decía ‘cúbrete, ponte una mascarilla’; guantes casi no daban. Nunca hubo una protección, ni un aviso que esto era un veneno que podía irlo matando.
“Yo estoy un poco enfermo de esa enfermedad del plomo. Me hicieron algunos estudios y saqué 56 de plomo en la sangre. Sí me he sentido un poco mal. Nunca hemos tenido un tratamiento; no sé, por falta de dinero o por la ignorancia de uno mismo. Dice uno: ‘no, pues eso qué me va a matar’; pero sí, a la larga se siente dolor de cabeza, dolor de huesos; me duelen las piernas, las rodillas. Poco a poco se va sintiendo esta enfermedad del plomo.”
Cuando inició la fábrica, Florentino hacia los cloruros para la pintura, se metía a la olla a lavarla y todo el asiento eran bolas fundidas de plomo en metal. Los bultitos de 50 kilos de greta se utilizaban para procesar la pintura. “Nosotros nos sentíamos bien. Volaba el polvo y lo sentía uno bien dulcecito”. Ahora sabe que esa sustancia es nociva y “era la base principal de toda la contaminación”.
Al inicio —expresa— éramos siete personas. Después cuando pasó a Basf había más. La empresa proporcionaba guantes, pero era lo mismo, los molinos seguían trabajando al aire libre, nunca hubo una protección de éstos para que no volara el polvo fugitivo a los techos, a las casas de junto. Las aguas están completamente contaminadas. Tenían la planta tratadora, pero la verdad nunca trataron esa agua. La prueba está en los canales que según ellos hicieron, pero ahí está la pintura, si la hubieran tratado no estuviera el amarillo ahí.
En el canal que va a dar a Espíritu Santo hay muestras de pintura todavía.
Bastantes personas están afectadas por esa enfermedad. Son familiares de los ex trabajadores de Basf pero no quieren aceptar el origen de su mal, aunque algunos hayan muerto.
Este hombre tiene cuatro hijos, de los cuales dos trabajaron en la empresa, uno en la restauración. Hay dos casos de soplo en el corazón en su familia, una niña de ocho años y una hija de 33 años, pero en su familia no hay antecedentes de nada. Por eso, especula: “a veces me pongo a pensar que es esto (el plomo), porque cuando trabajé aquí traía a las niñas de brazos y estaba la polvareda y todo”.
Otras voces se escuchan en este pueblo, como la de Alejandro Mares, quien con una veintena de años a cuestas, comenta que sus padres vivieron 30 años en el lugar. En ese entonces a su mamá le dolía mucho la cabeza, eran dolores que no aguantaba; la tuvieron que internar. El caso de su papá era igual. Su madre cambió de residencia, pero allá donde está aún padece los dolores, aunque ya han disminuido.
A toda la familia Mares le hicieron estudios que revelaron altos niveles de plomo en la sangre; sin embargo, no les dijeron la causa. Alejandro salió con un nivel de 12, también padece dolores de cabeza y frecuentemente le duelen los huesos. Su cuñada tuvo dos abortos y debido a los dolores constantes de cabeza también se fue a vivir a otro lugar. A sus papás les regalaron tablas de la fábrica con las que hicieron su casa; ahora saben que estaban contaminadas con plomo.
La restauración
La Hacienda del Hospital se construyó en el siglo XVI por la orden de los franciscanos. Es considerado un monumento histórico. Después de la Independencia pasó a manos de particulares. La familia Abe heredó el sitio, que con el tiempo se convertiría en una fábrica de pigmentos.
Luego de operar y cerrar la industria, que los Abe rentaban a la empresa Basf, aquéllos interpusieron una demanda por daños al inmueble y al medio ambiente, que ha seguido vericuetos legales.
La autoridad ordenó una restauración que realizó una empresa, pero, desde el punto de vista de Jorge Rodríguez, quien encabezó el grupo de investigación de la UAM, no fue adecuada, ya que se quitó el estuco que tenía, hecho con baba de nopal, cal y sal, y se cambió por cemento y pintura Vinimex. Los tabiques de media tabla de la hacienda fueron dañados al retirar el material contaminado. En las cornisas de la hacienda se pueden barrer cientos de kilos de residuos acumulados, por lo que la restauración fue más bien estética.
Un informe de la UAM apunta: “la negligencia de la empresa, autoridades y de las empresas de restauración y confinamiento es enorme, la empresa restauradora cubrió el piso de la hacienda (cerca de 5 000 m2) con una película de plástico (polietileno), esto impide la migración de agua, sales y aire del suelo, ocasionando daños a la construcción (muros, columnas, etc.) de la hacienda”.
Jorge Rodríguez duda que se hayan enviado a confinamiento 11,800 toneladas de material contaminado, ya que el área que se rentaba era de 5,300 metros cuadrados, por lo que ese volumen implicaría hacer un agujero de dos metros de profundidad. “Me parece algo irreal. No sé si se mandó a confinar.”
El veneno
“El plomo es un constituyente natural del suelo y del polvo; es un contaminante permanente, por lo t anto, e s indestructible y no puede ser transformado a una forma inocua. Su dispersión no conoce límites geográficos y puede contaminar área s muy lejanas al sitio original de emisión”, puntualiza un reporte de la UAM.
Jorge Rodríguez señala que en Europa desde 1913 la greta, óxido de plomo, f ue prohibida porque al pintar, las paredes quedaban cubiertas de plomo, elemento que no tiene ninguna función en el organismo, es decir, es veneno. Explica que el envenenamiento que provoca el plomo se conoce como saturnismo y una de sus consecuencias principales es la anemia, aun cuando la persona coma bien.
El óxido de plomo se utiliza como barniz en recipientes de barro. El problema de la greta y de la loza vidriada es que en México es utilizada a pesar de que está prohibida.
Por eso, dice el investigador, es muy fácil creer que la gente de El Hospital utiliza este tipo de cerámica y, por tanto, el envenenamiento por plomo proviene de este tipo de barniz. Dentro de esta lógica, “no se le puede culpar a una empresa que estuvo fabricando barnices o pinturas hechas a bases de plomo de envenenar a la gente, si ésta está comiendo en platos con cerámica vidriada con greta”. Pero, en seguida, afirma: “mis estudios reportan que no es cierto. Aparte de que, desde luego algunas familias tienen loza vidriada, la principal fuente de contaminación es debido a los residuos que dejó esta empresa en el lugar, de plomo, cromo, selenio, cadmio, que son todos materiales venenosos y hacen daño al organismo”.
Si la empresa —considera— hubiera puesto tolvas, filtros y lo necesario para poder trabajar, le hubiera salido más cara la producción del pigmento y lo que este tipo de industria busca es maximizar sus ganancias.
Con visible molestia, subraya que en Estados Unidos o en Alemania esas compañías “no hacen el tipo de porquerías que en México… porque tienen complicidad de las autoridades, que fingen que vigilan, pero en realidad no vigilan nada y esta gente dice que cumple con los criterios de ecología”.
El investigador refiere que —paradójicamente— le dieron un premio a Basf en Alemania por su comportamiento ético; los directivos en México al parecer no cumplieron. Se engaña no sólo a los alemanes sino al pueblo de México en lo que sucedió y sucede en realidad en esta ex hacienda, agrega.
Una alumna del investigador acudió al Registro Civil para solicitar informes acerca de las causas de muerte de la población en los últimos 20 años, pero no obtuvo ningún dato pues argumentaron que esta información era confidencial.
En el Centro de Salud sacaron muestras de sangre y dieron una fotocopia tamaño carta, donde apenas se observa el águila mocha y con lápiz escribieron el nivel de plomo, no hay sello oficial. Jorge Rodríguez interpreta así este hecho: “Alguien sabe del problema e intencionalmente lo está ocultando”, y considera el caso como una “irresponsabilidad criminal; tiene que ir a la cárcel gente por esto”.
Aunque todavía las autoridades no realizan una investigación a fondo de las causas del plomo en la sangre de algunos habitantes de este pueblo, la voz de la gente, “me duele la cabeza”, “me duelen los huesos”, “me duele todo”, hace pensar en el nombre de El Hospital como una verdadera ironía de la vida y quizás una sentencia.