Adiós a los laboratorios
Innegables avances científicos en la producción de alimentos, cada día, nos sorprenden más y más, hasta despertar el escepticismo mundano, que ya en tiempos pretéritos cuestionó los avances mostrados por la comunidad científica, al servicio del desarrollismo industrial, para satisfacer los condicionamientos del mercado.
En el escenario agroalimentario de México, que no es ajeno a las sofisticadas corrientes de la ciencia moderna y acelerada, apareció recientemente –y esto es una primicia- una innovadora y vanguardista metodología para detectar los organismos genéticamente modificados –OGMs- (también conocidos como transgénicos), a costos extraordinariamente bajos y con una extrema simplificación en el procedimiento. ¡Vanguardia pura, aquí y en el rancho!
Esto, que será sin duda un gran aporte a la ciencia mundial, se dará a conocer en 2012, después de diez años de trabajo tesonero, mediante el que se pudo demostrar, según las versiones recientemente difundidas en la estreches de un seminario para especializar a los periodistas que cubren la información del sector agroalimentario, lo innecesario que resultan los laboratorios para detectar y comprobar si un maíz, por ejemplo, ha sido modificado en su estructura genética.
Se trata de la investigación del doctor Reynaldo Ariel Álvarez Morales, secretario ejecutivo de la Comisión Intersecretarial de Bioseguridad de los Organismos Genéticamente Modificados (CIBIOGEM), que durante los últimos diez años dedicó buena parte de su tiempo de investigador, para demostrar que la presencia de semillas de maíz transgénico en la Sierra Norte de Oaxaca, no contaminaron a los maíces criollos de la región, por lo que están a buen resguardo allá en esas lejanías.
La aportación vanguardista, por demás, del doctor Álvarez, para la detección y comprobación de la presencia de transgénicos, toma en cuenta, por primera vez en la historia de la ciencia, la experiencia y detallada observación, así como el preciso conocimiento a primera vista, de los humildes mortales productores serranos del cereal.
Adiós a los laboratorios y costosos procedimientos de las corridas de ADN, para detectar la modificación genética, en este caso, de los maíces criollos, por tantos siglos cuidados celosamente por los pueblos originarios de esas tierras.
Ahora, dicho así por el titular de la CIBIOGEM, basta con encuestas entre los productores, durante los tiempos de cosecha, para saber si hay o no presencia de transgénicos en las milpas serranas oaxaqueñas.
Con una simple pregunta, y esto también aporta a las depuradas técnicas de la encuesta, se puede llegar a ese fecundo avance científico: “¿Ha notado algún cambio en las mazorcas que cosechó, que lo lleve a sospechar de transformaciones genéticas de su maíz?”.
Quién mejor, que el propio campesino, que ha vivido y convivido por generaciones con sus maicitos, para saber cuándo el grano es legítimo o está modificado en su ADN. A simple vista, esos hombres del campo que lo siembran, cuidan la milpa, lo desgranan, lo seleccionan para la siguiente siembra y se comen el resto de la cosecha, pueden determinar si hay o no modificación. Por eso la encuesta es más que confiable y efectiva, según el breve adelanto que dio de su investigación el doctor Álvarez.
Con estos adelantos en el estudio de temas tan controvertidos a nivel mundial, como es el de los transgénicos, ni duda cabe ¡Qué caray!, que la CIBIOGEM se coloca a la vanguardia científica, sobre todo ahora que urgen nuevas metodologías y técnicas para producir alimentos que abastezcan los mercados, amenazados por la explosión demográfica (que no por la especulación y acaparamiento ¿Quién podría pensar esto?), que ya tiene en la hambruna a más de mil millones de seres humanos: uno de cada siete que habita el planeta.