FinanciamientoGalería principalOrgánicos y Exóticos

Agroecología, productos orgánicos y en transición agroecológica

Es loable el esfuerzo que el gobierno federal está comenzando a desplegar para impulsar la producción agroecológica; empero, aún falta discutir a conciencia y establecer una política integral de este sistema de producción, que no sólo contemple la sustitución de técnicas o de insumos. Hay esfuerzos de las secretarías de Agricultura, de Medio Ambiente y de Bienestar, pero, con poca o nula coordinación y falta de personal para esta tarea.

“En este sentido, la masificación de la agroecología sigue siendo una falacia que resultará en hacer del término uno más en el argot de los políticos y académicos en México”, tales son las reflexiones que hace Luis Martínez Villanueva[1] en su análisis que a continuación presentamos.

Luis Martínez Villanueva

La agroecología es ciencia que se alimenta de manera vigorosa de la teoría, pero también del conocimiento tradicional y sus prácticas. Muchos de los conocimientos científicos que alimentan a la agroecología como ciencia vienen desde la agronomía, biología, geografía, matemáticas, ciencias llamadas exactas; pero también de las ciencias sociales y económicas. Sin embargo, todo lo anterior no serviría si este conocimiento no descansase en la praxis y la adaptación del conocimiento empírico a constantes retos como el cambio climático, la evolución (dispareja y compleja) de los derechos humanos y la economía global y local.

En consecuencia, la agroecología necesita revisar de manera continua las prácticas agrícolas tradicionales, que en su momento fueron una solución sostenible para las familias campesinas que las inventaron y practicaron, para que, a la luz de nuevos conocimientos y tecnologías, lograr su evolución y adaptarse a las necesidades actuales, sin dejar su esencia.

De esta forma, los sistemas de producción practicados por las familias de pueblos originarios deben ser revisados en aras de abonar a su mejoramiento: preservar las prácticas agrícolas que abonan a la actualidad y eliminar gradualmente las que, en términos ecológicos, económicos o sociales, ya no son aceptables. Esto necesita ir acompañado de apoyos no sólo tecnológicos, sino también en acciones colectivas (organizaciones campesinas), facilidades administrativas para estas asociaciones, estrategias de mercadeo (local, regional, nacional e internacional), subsidios (en una primera fase o para prácticas de innovación) y facilidades en financiamiento, que ayude a generar certidumbre al campesino(a) que realice este proceso.

Del mismo modo se requiere  generar un marco jurídico que elimine las prácticas desleales y de ventaja para las formas de producción menos amigables con el ambiente y su comercio, generar precios de garantía que cubran los costos de producción sostenible y lleven a las familias a gozar de un ingreso digno.

En la actualidad se promueve la “producción agroecológica”, en opinión de este autor, con un enfoque parcial, ya que se reduce a incluir algunas prácticas agroecológicas, por lo que dista de ser un sistema agroecológico integral que nos lleve a la sostenibilidad tal y como lo pregona la misma agroecología.

En el mismo sentido, dentro de la agroecología hay sistemas de producción que han evolucionado con prácticas agroecológicas, pero que en un horizonte cercano no son sostenibles. Tal es el caso de la agricultura orgánica que, a pesar de tener normas y reglas claras, cuando es practicada a gran escala o con excesos, puede ser tan perjudicial como la agricultura convencional.

La producción orgánica tiene la ventaja de ser un sistema de producción que busca, en sus principios filosóficos, que sea sostenible; sin embargo, al someterse a las reglas de mercado del régimen agroindustrial liderado por las grandes empresas trasnacionales, este tipo de producción deja de ser sostenible y en el mejor de los casos puede ser producido sin exceso de insumos y con algunas prácticas orgánicas o agroecológicas.

Hoy diversos académicos y algunos productores y sus organizaciones, hacen esfuerzos por visibilizar la producción llamada agroecológica. Es de celebrar este tipo de iniciativas. El gobierno en turno está comenzando a desplegar toda una serie de programas y apoyos para la producción agroecológica. Loable el esfuerzo, sin embargo, aún falta discutir a conciencia y establecer una política de la producción agroecológica, visto como un sistema, no como un proceso productivo de sustitución  de técnicas o de insumos. Se visualizan esfuerzos desde diferentes instancias gubernamentales (SEMARNAT, SADER y SEBIEN), pero, con poca o nula coordinación y con falta de personal que coordine efectivamente tales esfuerzos. En este sentido, la masificación de la agroecología sigue siendo una falacia que resultará en hacer del término uno más en el argot de los políticos y académicos en México.

Los procesos más avanzados son los que han llevado a cabo las organizaciones de pequeños productores con esfuerzo de varias décadas, que identifican al sistema en su conjunto, que integran procesos como: la producción orgánica y de conservación de la biodiversidad en la parcela, comercio justo en la escala nacional e internacional y el fomento de cultura ambiental y de servicio de los pueblos originarios.

Algunas organizaciones de productores y consumidores llevan su espacio de encuentro a circuitos cerrados, aunque teóricamente son a lo que deberíamos aspirar, lo cierto es que en las condiciones actuales de población, economía y de mercado son poco probables de ser sostenibles.

Los sistemas agroecológicos necesitan caminar a ser resilientes: social, ambiental y económicamente para poder ser sostenibles en el mundo actual.

La agroecología necesita integrar a sus sistemas, no sólo las prácticas agrícolas sostenibles (entre ellas las de agricultura orgánica), son necesarios sistemas de verificación que den certeza a los consumidores de las bondades que promueve, sistemas de comunicación eficaces y actuales, procesos de toma de decisiones en el mercado por las partes, sistemas de distribución, la conservación de la biodiversidad, los derechos humanos (en su sentido amplio), pero sobre todo valores que den sentido a nuestro quehacer diario: solidaridad, servicio y respeto a las diferencias  culturales.

[1] Ingeniero en Agroecología por la Universidad Autónoma Chapingo, Director general de la Coordinadora Mexicana de Pequeños Productores de Comercio Justo A.C.

 

Mostrar más

Articulos Recientes

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Back to top button