Ciencia y Tecnología

Con App para celular pretenden rescatar a la lengua mazahua

Para César Cruz volver a San Antonio La Ciénega no sólo es regresar a su pueblo natal, es también retornar al mazahua o jñatrjo, a esa lengua que no pudo aprender de pequeño y que, sin embargo, ha comenzado a enseñar a los niños y adolescentes de la localidad. “El idioma estaba en riesgo; los únicos hablantes eran los ancianos, que son como 100 y cada vez nos quedan menos, por lo que era necesario hacer algo para evitar su muerte”.

Los mil 500 habitantes de este poblado campesino —ubicado al noroeste del Estado de México, a dos mil 600 metros sobre el nivel del mar y muy cerca de la frontera con Michoacán— suelen describir al sitio como un lugar donde no pasa nada, o donde no pasaba, pues desde hace unos meses se puso en marcha un novedoso programa de introducción al mazahua impartido en la primaria, secundaria y telebachillerato del lugar, basado en una aplicación para celular desarrollada por César como proyecto de tesis.

“Esta herramienta se llama MazahuaApp y fue creada mientras yo estudiaba Mecatrónica en la Facultad de Ingeniería de la UNAM. Estar tan lejos de casa te hace recordar a los tuyos y esa nostalgia me colocó frente a una computadora para darle forma a un software que, desde un inicio, fue pensado como una vía para devolverle parte de su esencia a mi comunidad”.

Y es que desde siempre la gente de San Antonio La Ciénega se ha sentido muy orgullosa de sus raíces indígenas, tanto que los lugareños se refieren al pueblo por su nombre mazahua, Roxaxi —‘el lugar donde hay rosas’—, pero fuera de esa palabra no conocen otras, pues desde hace cinco décadas, y muchos aún no entienden por qué, el pueblo dejó de hablar la lengua y a considerarla “cosa de abuelos”, situación que hoy buscan revertir.

Paula Segundo —una mujer septuagenaria de la localidad— recuerda que cuando era niña sólo se hablaba jñatrjo. “Antes lo raro era escuchar español; hoy es todo lo contrario”, comparte con tristeza. “Cuando me encuentro a los jóvenes en el campo les digo kjimidya (‘buenos días’), maxkjodya (‘adiós’), ¿pje gi kjatr’o? (‘¿qué haces?’), ¿ja gui jyasu̷? (‘¿cómo amaneciste?’), pero como no saben mazahua, no me contestan”.

César comprende muy bien esa situación porque él es uno de esos jóvenes. “Me gustaría hablar fluidamente con los mayores o ‘tíos’ (como se les dice en señal de respeto a la senectud), pero apenas sé pocas expresiones. Para desarrollar la aplicación y a falta de ese conocimiento tan necesario, me apoyaron dos egresados de la carrera de Lengua y Cultura en la Universidad Intercultural del Estado de México y vecinos del lugar: Avisahín Cruz y Diego Mateo. Yo me encargué de la informática, de la parte técnica y del diseño visual, ellos de los aspectos pedagógicos y lingüísticos”.

Su sueño es lograr que el mazahua se vuelva a hablar en San Antonio La Ciénega tal y como en tiempos de sus abuelos, y a esa tarea se han sumado numerosos aliados improbables. “Pese a desconfiar de las nuevas tecnologías, los ancianos fueron los más entusiastas con el proyecto. Nos abrieron las puertas de sus casas y, por primera vez, se enfrentaron a un micrófono. Las voces escuchadas en la aplicación son las de ellos, pues se dejaron grabar, a fin de que las nuevas generaciones sepan de primera mano cómo se pronuncia el jñatrjo verdadero, cómo se usa en la vida real”.

Persistir o desaparecer

Cuenta el mito que cuando nació el mundo, el Padre Sol y la Madre Luna se aparejaron para dar origen a una raza de gigantes llamados ma ndaa que desapareció, luego a otra de enanos, los mbeje, que tampoco sobrevivió, para finalmente engendrar a los jñatrjo, palabra que designa a los mazahuas y cuyo significado literal es ‘los que hablan’, una evidencia etimológica palpable de que, para esta cultura, si no hay lengua no hay pueblo.

César confiesa que una de sus mayores frustraciones es no haber asimilado el mazahua de pequeño. “Antes aprendí lenguajes computacionales que el idioma de mis ancestros”, y añade que eso no se debió a falta de interés, “fue porque a mis padres tampoco se los enseñaron y el eslabón se rompió”.

Sobre la pérdida de tantos hablantes de una generación a otra (tan sólo de 2010 a 2020 pasaron de ser 136 mil a 132 mil quienes saben algo de mazahua, según el INEGI), Avisahín Cruz explica que dicha merma se debe, en gran parte, a los programas de “castellanización” impulsados por gobiernos del siglo pasado con el objetivo de borrar las lenguas indígenas.

El argumento —añade el coautor de MazahuaApp— era que con eso se fortalecía la identidad nacional, tal y como sostenía Justo Sierra en 1902 en un discurso donde disertaba sobre los ideales y metas de la educación pública: “Llamamos al castellano lengua nacional no sólo porque es la lengua que habló desde su infancia la actual sociedad mexicana y porque fue luego herencia de la nación, sino porque siendo la sola lengua escolar llegará a atrofiar y destruir los idiomas locales y así la unificación del habla nacional, vehículo inapreciable de la unificación social, será un hecho”.

Por fortuna, esa manera de pensar quedó atrás, asegura César, quien detalla que para poner en marcha los cursos de enseñanza del mazahua en San Antonio La Ciénega recibió apoyo por parte de la UNAM a través del Sistema de Becas para Estudiantes Indígenas y Afrodescendientes y del Instituto de Investigaciones en Matemáticas Aplicadas y en Sistemas (IIMAS), así como del Instituto Nacional de los Pueblos Indígenas (INPI) y de la Universidad Intercultural del Estado de México. “Cada vez hay más conciencia, y a todos los niveles, de la importancia de preservar nuestras lenguas originarias”.

Noventa y nueve años después del discurso de Justo Sierra, en 2001, Miguel León-Portilla respondía a tales posturas en un congreso realizado en Valladolid, España: “Hay quienes consideran que la muerte de las lenguas indígenas es inevitable y que no hay razón para dolerse, pues la unificación lingüística es deseable. En contraste, estamos quienes pensamos que la desaparición de cualquier lengua empobrece, y en mucho, a la humanidad”.

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