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Exportación de productos agropecuarios producidos en América Latina daña seguridad alimentaria

La producción de comestibles, el uso de la tierra y las actividades agrícolas en América Latina se han reconvertido hacia la exportación, en detrimento de la seguridad alimentaria de los países de la región, acusó el maestro Eduardo Gudynas, investigador del Centro Latinoamericano de Ecología Social, de Uruguay.

Durante la conferencia magistral que dictó en el 1er Foro Crisis alimentaria, cambio climático y alternativas de sustentabilidad, convocado por la Maestría en Sociedades Sustentables de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM), sostuvo que esta paradoja advierte del desacople entre los comestibles que dejaron de serlo como tales, para reconvertirse en commodities o mercaderías de exportación.

Se trata de “una historia de larga data”, pues desde 1900 la zona se ha convertido en una gran proveedora de recursos naturales, condición que se ha agravado en las primeras décadas del presente siglo, a partir de tres grandes rubros, a saber, agroalimentos, minerales e hidrocarburos, señaló el especialista en el Centro Cultural UAM Xochimilco.

El balance en la última década, sólo de agroalimentos, indica que son 250 millones de toneladas por año las que se destinan a la exportación; de éstas sólo entre diez y 20 por ciento se orienta al comercio regional, lo que quiere decir que de 80 a 90 por ciento de la exportación de los comestibles –que se cultivan y se cosechan, y el ganado que se cría– va a parar a otras regiones del mundo, mientras se mantiene la insuficiencia en seguridad alimentaria dentro del continente.

El promotor de los derechos de la naturaleza y de las concepciones del buen vivir opinó que las estrategias de desarrollo latinoamericanas están basadas en la apropiación de los recursos naturales que ha derivado, desde la época de la Colonia, en la acentuación de su inserción internacional, que ha generado un desbalance creciente que tiene como resultado niveles de hambre y malnutrición que “a la menor crisis económica se agravan”.

Esta estrategia de desarrollo y de apropiación de los recursos naturales, incluido todo el sector agropecuario, enfrenta límites ecológicos y problemas de creciente contaminación, degradación de suelos, desertificación, contaminación de agua y fenómenos derivados del cambio climático que pueden ir desde sequías a inundaciones extremas, así como complicaciones de salud pública relacionados con la calidad de los alimentos.

A medida que se acentúa la estrategia de apropiación de suministros para exportar, el deterioro ecológico se incrementa y simultáneamente se agrava la conflictividad ciudadana, advirtió.

Además, dicha estrategia es incapaz de resolver los asuntos de insuficiencia alimentaria, porque está volcada a la obtención y a privilegiar la generación de commodities para exportar, de manera que al pretender mayores niveles de exportación, se requiere una práctica agropecuaria más intensiva y, por tanto, más fertilizantes, insecticidas y mayor deterioro del ambiente, a lo que se suman los efectos del cambio climático.

“Todo esto se presenta como una crisis”, pero con frecuencia “se olvida que la dinámica del capitalismo es de crisis persistentes, así funciona”; es una consecuencia de la competencia que alientan los mercados y, por ello, hoy se discute que el sistema y su idea del desarrollo “ya es insostenible”.

El investigador dijo que en varios países latinoamericanos tiene lugar, desde hace unos 15 años, una discusión nueva y muy potente que concibe alternativas “más allá del desarrollo”, nombrada genéricamente como “buen vivir”, que “se ubica en los bordes e intenta salir del desarrollo” y no comparte ni acepta las premisas del crecimiento, el progreso, la naturaleza al servicio del hombre, el consumismo y la de que la tecnología solucionará todos los problemas, entre otras.

Quienes siguen esta propuesta no aceptan la dualidad que separa a humanos y naturaleza, en cambio postulan conjuntos o agrupamientos socio-naturales, humano-naturales; por tanto, aceptan los derechos de la naturaleza.

Al inaugurar el Foro, la doctora Norma Rondero López, secretaria general de la Casa abierta al tiempo, indicó que la pandemia de Covid-19 tuvo graves repercusiones sociales, culturales, políticas y económicas a nivel local, regional y global, lo que ha evidenciado terribles carencias, asimetrías y desigualdades en medio de la emergencia climática, justo cuando el mundo, de acuerdo con datos de la Organización de las Naciones Unidas, se prepara para recibir, alrededor del 15 de noviembre, al habitante del mundo número ocho mil millones “y estima que seremos ocho mil 500 millones de personas en 2030 y 10 mil 400 millones en 2080”.

Procesos de producción ineficientes, patrones de consumo irresponsables, desigualdad, incremento en la esperanza de vida, explosión demográfica y una demanda global imposible de satisfacer, han provocado dos fenómenos simultáneos e interconectados: el cambio climático y la crisis alimentaria.

El desafío “que nos impone como sociedad global es titánico, por lo que la construcción de propuestas que propicien un equilibrio sostenible entre desarrollo económico y social y protección del medio ambiente –en un esfuerzo global que involucra a gobiernos, al sector privado, a la sociedad civil, a autoridades locales y a organizaciones internacionales– nos obliga a las instituciones de educación superior a entablar diálogos amplios y a discutir distintas perspectivas.

Rondero López advirtió que la emergencia climática y la crisis alimentaria están sucediendo hoy y la esperanza de corregir el rumbo hacia un desarrollo que no comprometa los recursos ni el bienestar de las generaciones futuras está en la participación y la propuesta de las personas más jóvenes.

Las ideas, actitudes, hábitos y procesos de innovación científica que generan las nuevas generaciones “darán cauce y determinarán el impacto en el largo plazo de las acciones que propongamos hoy”.

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