Día de la Candelaria, una tradición resultado de la fusión e interacción de dos culturas
El Día de la Candelaria nos muestra la compleja composición de una tradición que es resultado de la fusión e interacción de dos culturas, la europea y la mesoamericana, que en la época colonial se utilizó para catequizar a la población indígena.
Con el paso del tiempo se ha constituido en un referente de celebración en el país; como mexicanos “es muy importante vivirlo, experimentarlo y entenderlo, para que preservemos nuestra herencia cultural”, afirma el académico de la Facultad de Estudios Superiores Acatlán, de la UNAM, Roberto Álvarez Manzo.
Para cualquier país o sociedad es importante vivir las tradiciones, pero también asimilarlas a través de comprender lo que representan y significan. Empero, en este caso se corre cada vez más el riesgo de que la gente no identifique los referentes de la celebración, y que se diluya su presencia en el imaginario, las representaciones y el simbolismo de las personas.
Con motivo del Día de la Candelaria, que se festeja el 2 de febrero, el universitario expone: es una fiesta interesante con un significado múltiple, cuyo origen es eminentemente católico y recuerda la presentación del Niño Jesús en el templo, y el acto de purificación de la Virgen María después del parto, a 40 días de la Navidad.
Parte de la celebración, que venía de Europa, consistía en encender candelas (velas); por supuesto, en nuestro territorio se produjo un sincretismo, un “ensamble” con las tradiciones de los antiguos mexicanos, explica.
“El mes de Atlcahualo correspondiente a febrero pertenecía a la época seca del año, tonalco, ‘el calor del sol’ lo llamaban los mexicas. El nombre del mes, Atlcahualo significa ‘dejan las aguas’ o ‘faltan las aguas’. Este mes estaba dedicado a Tláloc, dios de la lluvia y de los cerros. (…) Se le hacían ofrendas de mazorcas de maíz para la siembra proveniente de la cosecha anterior. Mediante estas ofrendas se iniciaban las peticiones de lluvias que se prolongaban durante la época más seca del año, hasta el mes de Huey tozoztli correspondiente a fines de abril/inicios de mayo”, indica Johanna Broda, del Instituto de Investigaciones Históricas, en La fiesta de Atlcahualo y el paisaje ritual de la cuenca de México (TRACE, Centro de Estudios Mexicanos y Centroamericanos, no. 75, Ciudad de México, enero de 2019).
Las ofrendas también eran para su esposa, Chalchiuhtlicue, “la de la falda de jade”, ambas deidades consagradas al agua, a la vida, a lo vital, refiere el sociólogo. En el proceso de colonización los españoles se dieron cuenta que la sincronía de ambas fiestas podía ser un mecanismo ideal para la catequización. Así, las candelas se fusionaron con esta celebración de tipo agrario que buscaba obtener una buena siembra.
El consumo de tamales va de la mano con esos rituales agrícolas. El maíz es una planta simbólica en nuestro país, un “elemento dador de vida” que perpetúa las condiciones esenciales de existencia dentro de un orden cosmogónico, por eso era parte de los regalos ofrecidos a las deidades en el inicio de la temporada de siembra, relata Álvarez Manzo.
Aunque la celebración que conocemos inició en la época colonial, fue hasta el siglo XIX cuando se popularizó, recuerda el universitario. Para inicios del siglo pasado, la oportunidad de que la gente conviviera, se uniera y compartiera los alimentos, se había generalizado, sobre todo en la parte central de México.
No obstante, con el paso del tiempo ha tenido transformaciones importantes, aunque la principal es que las referencias a lo religioso se han perdido o, por lo menos, quedado difusas.
En la actualidad, dice el académico, el Día de la Candelaria lo identificamos como el “día de comer tamales” y estar juntos en un rato de convivencia armónica, en el ámbito familiar, con los amigos y compañeros de trabajo. De tal manera que quien encontró al “niño” al momento de partir la Rosca de Reyes, el 6 de enero, debe invitar la “tamaliza” el 2 de febrero.
Eso ocurre con excepción de lugares como Tlacotalpan, Veracruz; Huaniqueo, Michoacán, o el pueblo de la Candelaria, en Coyoacán, al sur de la Ciudad de México, donde la patrona es la Virgen de la Candelaria y se celebra la fiesta mayor del pueblo. Ahí, “esto tiene una representación y significación muy grandes; se mantiene un fervor religioso importante”.
En las zonas donde hay un arraigo comunitario o local hacia la Virgen, esa devoción se expresa con arcos de flores, tapetes de aserrín, verbenas, jaripeos y hasta procesiones con la imagen religiosa, como ocurre en aquel Pueblo Mágico veracruzano, donde es llevada en una piragua a un recorrido por el río Papaloapan.
De acuerdo con Álvarez Manzo, para la mayoría de gente sólo es una fiesta asociada a la convivencia, a tener un momento de encuentro y al consumo de alimentos relacionados con el maíz. Según el INEGI, en el Directorio Estadístico Nacional de Unidades Económicas poco más de 13 mil negocios se dedicaron a la producción y/o venta de tamales (2 de febrero de 2022), que junto con el atole, son el principal manjar.
También se acostumbra la vestimenta del Niño Dios, otra de las grandes modificaciones registradas en esta tradición. “De una forma clásica, es decir, vestido blanco con vivos dorados, hoy se ha pasado a indumentarias tan variadas como las de bombero, médico, futbolista o policía. Dicha diversificación causa polémica y muchas personas consideran una ofensa que la imagen del Niño no lleve las ropas que marca la tradición, y se le atavíe con otras identidades”.
El sincretismo entre la fiesta de las candelas y el Atlcahualo hacen que esta celebración mexicana sea única en el mundo, finaliza el universitario.