Trueque para sobrevivir
- Mujeres mazahuas rescatan esta práctica que data del Neolítico
- Ante la migración de los hombres, ellas asumen el rol de jefas de familia
San Felipe del Progreso, Estado de México.- A simple vista se pueden observar los suelos erosionados que ha dejado la deforestación y la ausencia de lluvias en esta región donde se asientan los indígenas mazahuas. Ante la falta de fertilidad de la tierra y de trabajo, los hombres han tenido que migrar hacia la ciudad de México o los Estados Unidos, por lo que las mujeres han asumido el rol de jefas de familia, realizando diversas actividades para sobrevivir y, como respuesta a la falta de dinero líquido en la zona recurren a una práctica que se originó en el Neolítico: el trueque.
En este lugar de pendientes prolongadas y de árboles escasos, donde la mariposa Monarca fue desterrada al no haber condiciones para su reproducción, Profeta, indígena de nombre bíblico, con unos 50 años a cuestas, de piel morena, platica cómo cultiva hortalizas en su micro-túnel –de apenas 3 metros de ancho por cinco de largo— y de cómo luego de cosechar tomate para su propio consumo, carga en su burro una parte del alimento para irlo a ofrecer en las rancherías de su comunidad, donde cada kilo lo vende en 10 pesos. Sin embargo, en ocasiones, “la gente no tiene ni peso en su bolsa”, por lo que proponen: ´te lo cambio por una gallina; hasta donde alcance´. Otras veces los agricultores llevan un costal repleto de cebollas y se lo cambian a esta mujer por la lana de borrego, que se puede observar arrumbada en su patio.
Profeta Andrés Martínez no ha sido profeta en su tierra. Ni su vida a sido fácil. Con una voz sonora, con palabras cortadas, pero con orgullo, dice que nació en Oaxaca. Recuerda que cuando era niña veía volar las avionetas del Ejército lanzando llamas desde el aire para quemar los cultivos de amapola en la sierra. “Tenía que correr donde podía para no ser alcanzada por el fuego”. De niña ya sabía cómo cortar, seleccionar y empacar la planta, “sabía cuál era la buena”. La actividad la hacían las familias del pueblo porque no había que comer y era la única forma de tener algo de dinero.
Tras casarse llegó a la zona mazahua, donde inició una nueva vida; empero hace unos años su esposo enfermó de diabetes y dejo de trabajar. La mujer comenzó a integrarse con otras mujeres al trabajo de la Fundación Mazahua, que junto la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO, por sus siglas en inglés), promueven proyectos productivos en la comunidad. Así consiguió instalar su micro-túnel donde hoy cosecha los alimentos que le da de comer a ella, su esposo y sus hijas. Incluso el ingreso que obtiene en la venta de hortalizas le ha permitido sustentar parte de la educación de una de sus hijas, que ya va a la Universidad.
Algunos de los hombres que hay en la comunidad, además de dedicarse a la agricultura también pescan trucha en la pequeña presa de Tepetitlán, que sobrevive con bajo nivel de agua y donde todavía, de vez en cuando, se puede hallar uno que otro ajolote –especie endémica de México en peligro de extinción.
Al no haber mucha mano de obra varonil, las mujeres tienen que entrar a todo tipo de faenas, aunque aquí hay división de trabajo. Rosa Playa García, esposa de uno de los pescadores, explica que los hombres pescan –en abril y agosto– y las mujeres se encargan de vender el alimento de casa en casa. Cada kilo de trucha lo venden en 40 pesos. Con otras familias de la comunidad también instalaron un pequeño invernadero, donde cultivan jitomate, tanto para autoconsumo como para vender, cuyo kilo les pagan hasta en doce pesos en la localidad, porque si van a los mercados les quieren dar cualquier cosa.
La mujer de rostro rojizo, quien carga un bebé –su nieto– con un rebozo tejido en negro y blanco, presume que las mazahuas trabajan igual que un hombre, ya que muchas veces los hombres migran y “nosotras tenemos que hacer el trabajo que ellos hacían”.
Esta labor incluso es reconocida por los hombres. “Las mujeres se quedan a cargo de siembra y son las que escardan, deshierban y cosechan. También cortan zacate y lo acarrean. Son las que están más empeñadas al cultivo”, asegura Anselmo Plata Segundo, quien sigue atento la platica mientras afloja la tierra de las camas que hay en su pequeño invernadero.
La mayoría de los hombres –asegura– esta en la ciudad de México, se van a trabajar como albañiles o lo que sea. Estima que alrededor del 80 por ciento han emigrado y los que quedan tienen de 60 o 65 años; los jóvenes se van a trabajar o estudiar.
En el recorrido por esta zona donde el agua potable llega a cuentagotas, también platicamos con Martha Cruz Ramírez, quien vive en la comunidad de Dotegiare, y tiene la creencia de que “si un ser humano no trabaja como que la sangre se enfría y se muere más pronto”. Su abuelo pensaba igual y vivió hasta los 99 años. Cuenta que ella es una mujer de trabajo y por eso no se muere de hambre. Al igual que otras mazahuas la necesidad económica y, en su caso la enfermedad de su esposo, la ha llevado a realizar múltiples jornadas de trabajo: cultiva flores, que vende en la comunidad los días de fiesta; cría gallinas; hace tareas de reforestación en su parcela; borda diversas prendas para vender; incluso, antes desgranaba maíz, actividad por la que le pagaban de 100 o 120 pesos por ocho horas de trabajo.
Ataviada con un vestido rosa claro, quizá un poco deslavado por el uso, asevera con orgullo:
cuando nuestros esposos se van quienes hacen el trabajo acá son las mujeres. No nada más hacemos el trabajo de la cocina, sino también los trabajos del campo, como hombres”.
La mazahua –quien al igual que muchas de sus vecinas muestra manchas en la cara por el intenso sol que baña la comunidad– recalca que uno de los problemas más fuertes en el pueblo es la falta de agua. Antes tenían que caminar hasta el río Hoyos durante dos horas para lavar sus prendas; en lo que lavaban y secaban se les iba la vida. En 2009 se incorporaron al proyecto Pro Mazahua, con lo que aprendieron a organizarse e impulsaron un sistema para captar agua de lluvia en tinas de ferrocemento, que ahora usan para sus necesidades básicas y también para la siembra en sus micro-túneles o para dar de beber a sus animales.
Las mujeres mazahuas han iniciado un proceso de empoderamiento que va desde lo económico, social y cultural. Esto es sobresaliente si se piensa en que antes había violencia contra ellas y mucha desesperanza, relata la directora de Comunicación y Responsabilidad Social de la Fundación Pro Mazahua, Sofía Gómez Arriola.
La migración de los hombres –expresa– obligó a las mujeres a realizar las labores que tradicionalmente realizaban los hombres, peor también empieza a generar un proceso desarrollo con los proyectos productivos que impulsan éstas. Incluso empieza a haber una repatriación de quienes habían emigrado para incorporarse a estas iniciativas.
Respecto al trueque, Sofía comenta que las mujeres mazahuas lo practican nuevamente. Incluso les pregunta: ¿para que necesitan el dinero si unas tienen gallinas y otras jitomates?
El director Operativo de Pro Mazahua, Elías Pacheco, quien lleva más de 10 años trabajando en la región mazahua, recuerda que el diagnóstico inicial en la mazahua era que 80 por ciento de la superficie tenía problemas de erosión y 90 por ciento estaba deforestada por sobreexplotación del bosque. Esto generó perdida de especies vegetales y animales endógenas (por ejemplo el oyamel y el venado), así como el destierro de la mariposa Monarca.
En el ámbito social había severos problemas de nutrición y de salud en general; inseguridad alimentaria: falta de alimentos y de ingresos para las familias; fuerte problema de migración en 90 por ciento de la fuerza laboral.
Estos procesos son difíciles de revertir y llevan tiempo, pero hay avances en la mazahua. Las mujeres organizadas impulsan proyectos productivos, encabezan campañas de reforestación y de conservación de tradiciones culturales, incluida la vestimenta de las mazahuas, que se distingue por colores intensos y muy llamativos.
“El cambio en las mujeres es un mayor empoderamiento en su participación familiar, que antes era mínima, más reservada y dependiente de su pareja. Ahora hasta la actitud ha cambiado, son más expresivas, con mayor confianza en sí mismas y hay una participación muy fuerte en la economía y toma de decisiones de la familia”, apunta Elías Pacheco.
Las mujeres en la mazahua de alguna manera practican el trueque no sólo en materia económica, sino también social y cultural, donde han intercambiado roles con los hombres y asumen un liderazgo.
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