Orgánicos y Exóticos

Breve ensayo sobre la filosofía de lo orgánico

Con frecuencia se hace referencia al heterogéneo grupo de “los orgánicos” —formado por micros, medianos y grandes productores, tenderos, procesadores, intermediarios, certificadores, asesores, investigadores, comunicadores y también consumidores— como un subsector de la producción agrícola, apuntando hacia un mercado específico, el cual, como se ha repetido, crece en forma muy dinámica, tanto en el mercado interno como en exportaciones.

Lo anterior es absolutamente cierto, y nos alegramos de ello, pero es sólo una parte de la realidad; la fracción visible del iceberg, la que se sustenta sobre una realidad tan oculta a la vista como imprescindible a la flotabilidad del conjunto.

Para empezar, no todos estamos conformes con quedarnos como sólo un “subsector”, enfocando sólo las oportunidades comerciales de la actividad. Los que nos consideramos pioneros de lo sustentable, estamos trazando un camino que no debe terminar en los estantes del supermercado, sino en forma ideal está destinado a rectificar en todo el mundo los sistemas de producción, es decir, dar una inflexión a la relación hombre-ambiente, a la historia agraria y a la sustentabilidad de nuestra civilización. Esto debe permitirnos permanecer algún tiempo más como la especie más notable de nuestro planeta.

¿Utopía? Precisamente, la utopía es el punto hacia donde nos dirigimos; no confundamos utopía con fantasía. Fantasía es creer, por ejemplo, que las leyes del libre mercado tendrán por efecto la nivelación de los ingresos y la disminución de las miserias humanas.

El producto convencional cuesta más que su equivalente orgánico, y no al revés. ¿Sorprendidos? Desde el momento en que incluyamos en la ecuación los costos totales, ambientales y sociales, inmediatos y diferidos, el producto convencional resulta sumamente costoso. ¿Cuánto cuesta el aumento de la tasa de cáncer, de alergias, de diabetes? ¿Cuánto cuesta el éxodo rural, fomentado por la concentración industrial de las producciones? ¿Cuánto cuesta la erosión, el encontrarnos sin petróleo, el calentamiento global, el avasallamiento a las corporaciones, la dependencia alimentaria? ¿Cuánto cuesta no saber de dónde proviene tu comida?

La agricultura orgánica puede ser —se ha comprobado repetidamente— de manera notable más productiva que la más avanzada de las convencionales. La sabia combinación de cultivos acompañando una correcta administración de la microflora del suelo lleva a sistemas realmente muy performantes, tal como ha ocurrido con la labranza mínima, cuyos resultados a largo plazo rebasan con creces el clásico roturar profundo.


“Ninguna certificación reemplaza la ética que debe estar en la base del edificio; sólo puede encauzarla… la certificación debería ser motivo de alguna clase de subsidio por ser de utilidad pública”.

La afirmación de que la agricultura orgánica es incapaz de alimentar al mundo del futuro es tan falsa como la de pretender que agroquímicos y transgénicos van a acabar con el hambre. Por buena y simple lógica, un sistema altamente eficiente en términos ecológicos, sociales, energéticos, está llamado a reemplazar a otro que lo es menos, siempre y cuando se aplique cabalmente el principio de “quien contamina paga”. De momento, la cuenta ambiental y social pasa a nuestros descendientes, mientras la de la certificación la cubrimos los que no contaminamos. El mundo al revés, como diría Eduardo Galeano.

Brevemente sobre la certificación: si este acompañamiento puede efectivamente mejorar la calidad de los procesos y productos y garantizar al consumidor la conformidad a las normas vigentes, la certificación es necesaria, y debería ser motivo de alguna clase de subsidio por ser de utilidad pública; pero ninguna certificación reemplaza la ética que debe estar en la base del edificio; sólo puede encauzarla. La imagen además de, no en lugar de, la sustancia.

Lo orgánico y el medio ambiente

Una persona medianamente informada concibe la agricultura orgánica como una agricultura sin agroquímicos ni transgénicos: sin ser falsa esta afirmación, ésta no es de ninguna manera una definición: sería como definir una bicicleta como una moto sin motor, cuando la bicicleta fue primero, y cuando esta presunta definición no pasa de ser una analogía.

La definición y los principios de la agricultura orgánica fueron ampliamente discutidos y disponibles en las páginas de IFOAM, entre otras; de los debates que surgieron, no exentos de posiciones encontradas y sabrosas polémicas, quedó claro que lo orgánico es ante todo sustentable; y por serlo, cuida el ecosistema; y por cuidarlo, prescinde de sustancias ajenas a los mismos, como son los químicos de síntesis. Lo último deriva de lo primero, y no al revés.

Las preocupaciones por el calentamiento global del planeta cuestionan muy seriamente algunos aspectos del comercio internacional, y esta discusión debería llegar pronto a los foros orgánicos; las extravagantes distancias que tienen que recorrer nuestros alimentos para llegar a nuestra mesa, estandarizados, empacados y despersonalizados, implican un gasto de energía fósil fácilmente prescindible al enfocarnos más en el todavía muy posible abasto regional, totalmente factible en un país que cuenta con todos los climas, todos los cultivos todo el año, todavía toda la herencia tecnológica, toda la mano de obra y todo el capital (aunque entretenido en otros sectores más inmediatamente rentables). En este sentido, necesitamos ocuparnos seriamente del problema, aunque aun decepcionando a algunos, debemos reconocer que no forzosamente se gasta más energía por tonelada en un transporte marítimo de Shanghai a Manzanillo que en el terrestre de Manzanillo a México, Distrito Federal.

Paralelamente a este tema, el uso inmoderado de envases desechables, elitismos en el consumo, sobre énfasis en la imagen, abusos publicitarios, embonan mal en el espíritu de lo sostenible, que nos anima como orgánicos. Cierta moderación, austeridad y parsimonia siempre ha acompañado las economías equilibradas, las agriculturas sanas, los métodos sustentables.

Necesitamos revisar algunos conceptos, como el del valor añadido, sobre todo cuando se llega a considerar más valioso un producto que haya sufrido el mayor número de transformaciones (alteraciones), empacado en mayor cantidad de plásticos y cartones, y que haya recorrido mayor cantidad de kilómetros (aunque para el caso, los llamemos millas). La mercadotecnia no considera la utilidad de tal o cual producto, sino si alguien está dispuesto a comprarlo ¡aun siendo perfectamente innecesario!

Más concretamente tocando la realidad de la producción orgánica, está el tema de la eficiencia termodinámica de nuestros procesos. Se ha visto que los supuestamente eficientes sistemas masivos de producción —ejemplo clásico, la corn-belt estadounidense— tienen en cambio una eficiencia negativa en el uso de los combustibles fósiles, es decir que usan más calorías de petróleo de las que producen en el alimento; este factor se agrava al considerar las calorías de transporte, del empaque, de la refrigeración, y aun la gasolina del coche del consumidor al supermercado, hasta tal punto que algunos alimentos gastan más de 100 calorías fósiles en el proceso por cada caloría de almidón. No perdamos de vista que la agricultura consiste, después de todo, en capturar energía solar (gratuita en el origen), la que se almacena en forma bioquímica mediante la fotosíntesis constituyendo desde entonces nuestros alimentos.

Probablemente haya en algún momento una certificación de eficiencia energética o certificado de labranza por yunta de bueyes. Pero por el momento, no consideramos sano que proliferen en el sector demasiadas certificaciones que nos generen estrés en el ámbito administrativo, nos despeguen del surco, y favorezcan la gran empresa en detrimento de la escala familiar. Tampoco regalías, patentes, exclusividades, franquicias, publicidad, concesiones, que son principalmente elementos de la economía dominante que nos está llevando a un callejón sin salida.

La aplicación de armas de destrucción masiva para solucionar conflictos entre especies (la nuestra y las plagas) es una forma de violencia extrema, por demás innecesaria, cuando los métodos orgánicos surten un efecto más duradero. Existe una analogía entre la visión ecológica de abordar la cuestión, y la posición de Gandhi al implementar ahimsa y satyagraha, nacidas de una profunda compasión. ¿Podemos como agricultores intervenir los ecosistemas sin compasión? ¿Podemos respetar la naturaleza sin sentir reverencia por ella, sin sentirnos parte de ella? ¿Podemos practicar agricultura orgánica sin sentimientos, aplicando solamente métodos de sustitución tecnológica? ¿Cambias folidol por neem, y asunto resuelto?

En nuestras relaciones con nuestros semejantes así como con nuestras especies asociadas, debemos abandonar la arrogancia del ignorante para adquirir la humildad del sabio. En nuestras sociedades monetarizadas, existen demasiados talentos dedicados a la reproducción ampliada del capital, y demasiado pocos a la construcción de las armonías. Queremos además a la agricultura orgánica como una manera de crecer las cualidades del corazón, la sensibilidad del alma, la libertad del espíritu. Todo lo contrario de lo que pasa cuando, como en Estados Unidos, gran parte del movimiento orgánico está secuestrado por las tres uves dobles (Wal—Mart, Wall Street, Whole Foods).

¿Radicalismo todo esto? Desde luego. Es lo propio de la agricultura orgánica ser radical, es decir, ir a las raíces. No usamos agroquímicos “ni tantito”. Pero si nosotros somos los radicales, “ellos” son los extremistas (no es lo mismo), los que quieren lo más posible, lo más rápido posible, lo más barato posible, aunque se caiga el mundo.


“Ninguna certificación reemplaza la ética que debe estar en la base del edificio; sólo puede encauzarla… la certificación debería ser motivo de alguna clase de subsidio por ser de utilidad pública”.

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